Hacía apenas dos horas que se había metido en la cama, recogió su larga melena rubia dejando al descubierto unos grandes ojos azules y unos labios rosa fucsia que hablaban por sí solos. Cuando un leve sonido la hizo abrir los ojos y mirar hacia la fina línea de luz que entraba por la ventana mal cerrada. De momento supo que era Miguel, un hombre entrado en años, castigado en su aspecto por todos los vicios habidos y por haber, de complexión media y que ya había sobrevivido a dos infartos. Una presión la oprimía el pecho, tenía que calmarse y parecer dormida o él se daría cuenta y con la monumental borrachera que solía traer, no tendría control sobre su rabia y sus golpes si ella se negaba a acceder a sus deseos. Inclinó la cabeza, miró hacia el tocador y vio asomar tras el borde del espejo una vieja pulsera de cuero que tenía escondida. Al oír las llaves intentando entrar en la cerradura sin éxito, su corazón se aceleró. Se pondría muy furioso si no conseguía abrir pronto, Ana dio un salto de la cama y rápidamente abrió la puerta por dentro, en un abrir y cerrar de ojos, estaba de nuevo metida en la cama. Miguel no se había dado cuenta, el corazón de Ana latía muy rápido, miraba la pulsera y pedía a Dios que la dejara en paz. A la mañana siguiente, Ana se dirigía a la cafetería de la esquina, se planteaba una y mil veces la misma pregunta, ¿Por qué él? Habría sido todo tan distinto… Perdida en sus pensamientos no se percató que Laura y Sonia la observaban desde la misma mesa de hace ya tres años atrás. Ese era su templo, su momento de desconectar del mundo. Laura una pelirroja de metro ochenta, no aguantó más y le dijo…
- ¿Otra vez igual? - su tono era de pesadumbre. - ¿Eso es lo que quieres? ¿Vivir así toda la vida? - Ana las miró con una gran sonrisa en su cara.
Mientras Laura hablaba y hablaba, Sonia, una morenaza de ojos rasgados que se ponía el mundo por montera, casi no mantenía los ojos abiertos.
- No has dormido nada verdad perra - Sonia solo permitía a Ana esas confianzas pues eran amigas y compañeras de trabajo hace ya unos años. Eran bailarinas de Pole Dance en un club las siete noches de la semana por un mísero sueldo.
- ¿Otra vez con moretones? - Dijo Laura.
- Son de la barra, no busques dónde no hay -contestó rápidamente Ana mientras exhalaba el humo de un cigarrillo que acababa de encender.
- Venga ya Ana a quien quieres engañar, llevamos años bailando en barra y tenemos ya callos en los muslos.
Ana sonrió a Laura y miró a Sonia para cambiar rápidamente de tema.
- A ver…Sonia, nos dirás a quién te tiraste anoche ¿o te vas a hacer de rogar?
Sonia apoyó la mano bajo la barbilla y les dijo:
- Bahh… a un rubio que me puso cincuenta euros en el tanga, no tiene importancia - Las tres rieron y continuaron con ese ratito que les daba la vida. El día transcurrió dentro de lo normal.
A la 21.00h Ana preparaba su mochila, cada vez que pasaba por el tocador y veía el trocito de cuero asomar, un calor subía por su cuerpo haciéndola estremecer, cada músculo de su cuerpo se tensaba. A las 21.20h estaba ya en la parada del bus. Había dejado la cena preparada a Miguel, que aún dormía. Era el dueño del club ‘’SEX BLUE’’, donde trabajaban las tres chicas.
Al bajar del bus ya estaban Laura y Sonia esperándola para entrar por la puerta de atrás. Sonia tiró al suelo un paquete de cigarrillos arrugado mirando a Ana, que sabía que esas cosas la sacaban de quicio. Ana se agachó y río mirando a las chicas, y al llegar a la altura del contenedor vio unos metros más allá una Harley negra. El corazón de Ana se aceleró hasta tal punto que pensaba que se le iba a salir del pecho. Sonia y Laura la miraban consternadas. Ana iba hacia la moto, brillaba como recién lavada. Ana miró rápidamente los flecos, no faltaba ninguno, estaban intactos. Dio la vuelta y se dirigió con las chicas dentro del local. Tanto Laura como Sonia sabían lo que estaba pasando por la cabeza de Ana. Una luz violeta, intuía el final del pasillo donde estaban el despacho de Miguel y el camerino. Antes de llegar a él, Miguel abrió la puerta y sujetó fuertemente el brazo de Ana.
- A mover más el culo esta noche, que los clientes estén contentos y consuman o está noche os quedáis sin propinas… - Y la soltó dando un fuerte empujón.
La noche transcurrió más o menos como todas, aguantando babosos intentando propasarse al meter el billete en la tira del tanga y su número de móvil para intentar llevarte a la parte trasera del coche. Ana estaba harta de esta vida, pero no podía dejarlo.
A la mañana siguiente, tras el desayuno de chicas, Ana se dirigió a la biblioteca para devolver unos libros que tenía hacía ya varios meses, y seguro que le caería una multa. Era un lugar lleno de recuerdos, cada mesa, cada pared tenían una historia con su hermano. Pasaban allí largas horas huyendo de los conflictos de la calle. Al entrar, Sandra la bibliotecaria le sonrió y le dijo a Ana ¿sabes qué? Hace un momento un chico me ha pedido este libro, señalando uno de los que se encontraban entre las manos de Ana. ‘’EL CUADERNO DE NOAH’’ que tantas veces había leído en estos últimos tres años, conocía cada frase, cada palabra. Sin saber de dónde provenía aquel impulso, Ana se sintió empujada hasta el fondo de la librería, su cabeza no entendía porque, su cuerpo la arrastraba, y al volver, tras el tercer stand lo vio. Allí estaba Eros, el corazón de Ana no daba para más, una sobre excitación la estaba empezando a nublar la vista, no podía controlar su cuerpo, caía desplomada, en ese instante Eros la vio, corrió hacia ella y la cogió fuertemente antes de que su cuerpo llegara a tocar el suelo.
Salió con ella en brazos, diciendo a la bibliotecaria que no se preocupara, se dirigió al baño y empezó a colocarle papel húmedo en las muñecas y la nuca, en ese instante Ana abrió los ojos y le miró a los labios, era el -siii-, realmente era él. Sus cuerpos se fundieron en un abrazo interminable. Ana lloraba, no paraba de suspirar ¡cómo es posible! Me dijeron que estabas muerto.
- Hablaremos fuera - dijo Eros.
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