La pobre Caperucita no podía imaginar que aquella mañana, al paso por el bosque, sufriría un tremendo susto del que tardaría años en recuperarse.
Sabía que, como casi siempre, le acecharía el hijoputa del lobo con ánimo de levantarle las faldas, quitarlela Visay robarle la comida de la abuelita y, quién sabe, si otras aviesas y malvadas intenciones. Pero ya no le temía:la Leyde Igualdad de Género la protegía y podía denunciarlo y conseguir que pasara una larga temporada enla Oserade Carabanchel. Tantos y tan reiterados encuentros y sobresaltos dotaron a Caperucita de ingentes y variados recursos para liberarse sin esfuerzo del acoso del temido animal.
Pero fué a media mañana, en la espesura del robledal, cuando se dio cuenta que había perdido el móvil mientras jugueteaba con una cuadrilla de ardillas. Volvió sobre sus pasos pero no supo reconocer el paraje donde se entretuvo con los graciosos animalillos. Disgustada prosiguió su camino y, ya en el corazón del bosque, volvío a la carga el puto lobo, asomando la pata tras el ramaje. Pero la Cape, que de tonta no tenía ni pelo, observó un extraño cambio en la extremidad que la fiera le mostraba con animo de engatusarla. Intrigada quiso conocer la verdad:de un salto se plantó desafiante frente por frente y fué entonces cuando, petrificada, ahogó en su tierna garganta gritos de socorro, clamando ayuda para borrar tan desagradable visión.
Lo había reconocido a primera vista y sin lugar a dudas. Allí, seguro, impertérrito, estoico y disfrazado de feroz lobo, tenía a quien menos deseaba encontrar en esta vida: ¡el vendedor de Vodafone!
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