Pálido y furioso

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Después de una noche de tragos en una disco de ambiente los dos amigos fueron al estacionamiento del antiguo centro comercial, el sitio estaba solo con poca luz y muy silencioso, con el viejo vigilante adormecido escuchando la radio en la destartalada garita. Era la típica escena de una peli de terror; el lugar algo sucio y grasiento con olor a aceite para autos y gasolina, las risas y voces de los amigos hacían eco en el lugar desolado, los autos estaban estacionados uno al lado del otro como haciéndose compañía. Ambos amigos hacían bromas de fantasmas y cuentos de terror por tan misterioso lugar, al llegar a los autos se estrecharon de manos en señal de despedida, vino un abrazo fuerte y repentinamente un beso, vaya tremendo latazo. Estuvieron toda la noche bebiendo y platicando en el bar de la disco celebrando el reencuentro post pandemia. El Manhattan y los mojitos ya habían hecho el efecto etílico en sus atolondradas cabezas. La promoción de la noche incluía un 3 por 2 en cócteles y el costo del estacionamiento gratis. Estaban bastante cachondos y con ganas de flirtear, pero lo concurrido del local los cohibía de romper con la formalidad, a pesar de ser un bar de ambiente gay prefirieron guardar la compostura, por lo que el estacionamiento desolado fue el sitio ideal para intimar y efectivamente así ocurrió. Luego del sorpresivo beso vinieron unas divertidas risas de asombro y complacencia, sin nada que decirse volvieron a juntar sus labios pero esta vez con más fervor y lujuria, sus lenguas se mezclaban entre los sabores de licor y cigarrillo, queriendo tragarse uno al otro como un duelo de víboras enfurecidas, lamidos y gemidos se repartían por ambos rostros hasta los cuellos y las orejas, aquellos caballeros de buen plante y elegante vestir resultaron ser par de putos tirones que mandaron a la chingada toda la formalidad de la noche dejándose envolver por el excitante momento que les produjo el solitario y tenue estacionamiento. Se abrazaban fuertemente recostándose los abultados genitales con el peculiar meneo de caderas, sus acolchados bléiseres hacían harta difícil la contienda, sus manos recorrían desde el pecho hasta las braguetas, apretones y agarrones de nalgas sobre los finos pantalones de lino y gabardina, algo bruscos y ordinarios, pero con mucha pasión y morbo se manoseaban. ¡Ostia, joder y puta madre! Eran sus expresiones en señal de la intensa excitación. Seguidamente el pasivo tomó la iniciativa y agachándose frente a su elegante compañero le dijo: “ven quiero comértela, necesito probarla”, y bajándole la cremallera de la bragueta procedió a buscar dentro del bóxer del amigo y soltar los 18 centímetros de carne dura y magra que goteaba mucha babaza de precum por el capullo o glande. “¡Guau, si estás de palo mi querido amigo, déjame darle una probadita a esta delicia de polla gruesa!” Exclamó de nuevo, y estando de rodillas saco su lengua y comenzó a lamer la flor del capullo, saboreando palmo a palmo, lado a lado toda esa verga morcillona y babosa, afirmando: “ ¡Um exquisita, sabe a macho, uf que sabor, joder hombre la tienes bien salerosa!” Refiriéndose al sabor de orine y al sudor del trajinar del día. El otro de pie se contorsionaba de placer por aquel oral tan delicioso e inesperado, buscaba de cubrir la cara de su lamedor amigo con la tapa de su elegante saco tipo bléiser como cortina para evitar que los pillara alguien más y ocultarse de las cámaras de vigilancia del estacionamiento. En pleno jaleo le decía: “¡Ah, que bien haces el delicioso, ordéñame con esa boca!” Le ordenaba al lamedor, quien no paraba de chupar con el clásico movimiento de ir y venir, la babaza de precum y saliva le desbordaban los labios mientras hacía un esfuerzo para tragárselas sin atragantarse con el grueso rabo, arqueaba como queriendo vomitar y gruñía a la vez sin sacar la verga de su boca, dos lágrima le recorrieron las mejillas, su rostro palidecía, los ojos brotados y vidriosos se le voltearon hacia arriba blanqueando la mirada , de entre los labios le chorreaba hasta el cuello la espumosa babaza blanca de fluidos seminales y saliva, mientras continuaba gruñendo como fiera, parecía poseído por algún demonio sexual tipo Linda Blair en El Exorcista. Sujetaba bruscamente las nalgas de su compañero, tan fuerte que le dolían y lo tiraba hacia él. “¡Grr, grrr!” Gruñía y se fruncía entubando la garganta para procurar más espacio y atragantarse con los huevos, los cachetes se le inflaron dando señal de que tenía toda la boca repleta de morcilla, quería desgarrar toda esa polla morcillona de un solo mordisco. Su rostro pálido y furioso, con la vista volteada simulaba un zombi hambriento buscando un trozo de carne humana que le saciara el hambre. En algo espeluznante se había convertido el desesperado lamedor. Ya a punto de mordisquear vorazmente aquel miembro, su compañero nota su extraña transformación, pero el placer que sentía era muy intenso, llegando a lo máximo de excitación y se corrió sensacionalmente a pesar del temor que sentía por la cara horripilante de su lamedor. Miedo y placer a la vez, extraña sensación.

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