EL MALEFICIO

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Olga Verdejo que era una mujer algo obesa y vitalista se hallaba con su tan escuálido como pusilánime marido Dani García en un típico restaurante de cocina catalana de Barcelona saboreando las delicias gastrónomicas de la región.

-Tan pronto como hayamos terminado de almorzar, debo de ir volando a estar con mi tío Jaime ya que su hija tiene que ir al trabajo  y él no puede estar solo en casa -le anunció Olga a su cónyuge.

- Ya. Pero yo pienso que tu prima te debería de subir el sueldo por cuidar a su padre - le dijo Dani con cierta acritud-. Pienso que tu prima te está tomando el pelo.

- Ella no gana un gran sueldo en la empresa en la que trabaja, por lo que yo no me atrevo a exigirle que me pague más. Además, yo quiero a mi tío. Cuando yo era pequeña se portó muy bien conmigo y me siento en deuda con él. Por otro lado, lo que ganas tú en la Inmobiliara vendiendo pisos a las parejitas de recién casados tampco es precisamente para lanzar cohetes al aire - le respondió Olga con ironía.

El pariente de Olga era un hombre de edad avanzada que estaba aquejado por una severa aplopegía y ella lo tenía que cuidar regularmente a cambio de una modesta cantidad de dinero que la ayudaba en su presupuesto familar. Pero Dani, que se había casado con aquella mujer más por huir de su soledad que por amor odiaba su locuocidad, su sentido práctico y positivo de la vida que contrastaba con su habitual pesimismo que lo hundía en la mediocridad.

Olga atendía solícita cualquier necesidad que apremiara a su tío, lo distraía contándole toda suerte de anécdotas, de recuerdos de la infancia; y sobre todo lo trataba con mucho cariño. Tanto fue así que aquel hombre que había sido un reconocido arquitecto y había conseguido ganar un gran capital a  lo largo de los años se sentía tan agradecido de su sobrina, y cuando murió repartió su herencia entre su hija y ella.

Ahora Olga era una mujer rica que podría vivir holgadamente sin sufrir sobresaltos económicos de ninguna clase; muy al contrario de quienes estaban a su alrededor como era el caso de Dani, su marido, puesto que su empleo cada vez pendía más de un hilo.

Dani se sentía inquieto porque pensaba que ahora él estaba en inferioridad de condiciones respecto a su mujer, y ella que se había convertido en una capitalista lo más probable fuese que lo tratase con desdén; como si él fuera un pobre diablo sin ningún valor humano.

Casualmente un día en que Olga regresó a su casa después de la compra recibió una carta sin remite, que exhalaba un extraño olor a azufre. La carta decía:PREPÁRESE, PORQUE LE QUEDA MUY POCO TIEMPO DE VIDA". Olga pensó que se trataba de una broma de mal gusto de algún tipo sádico de los muchos que coren hoy en día, y rompió aquella misiva en cien pedazos dispuesta a no pensar más en ello. Sin embargo en su fuero interno aunque no creía en nada trascendente se sembró un incipiente temor.

Dos días después de haber recibido aquella estúpida carta, cuando ella entró una noche en su habitación a cambiarse de ropa oyó unos insistentes golpes en el interior del armario ¡BOOM, BOOM! Entonces Olga con un escalofrío que oprimía su vientre  quiso ver lo que pasaba  y con sigilo abrió la puerta del mueble. Con gran asombro descubrió encima de la ropa que había allí una rata gris con ojos rojizos dispuesta a atacarla.

¡Bah! Era una tonta de asustarse de aquella manera por un simple roedor - se dijo a sí misma-. Al día siguiente se encargaría de solucionar aquel problema. Mas ¿aquel incidente de la rata que tal vez fuese una alucinación, podía tener alguna relación con la desagradable carta que había recibido? Su intuición le decía que podía ser, por lo que la seguridad en sí misma se empezó a desmoronar.

Al día siguiente como ella supuso, no había ni rastro en el armario ni en ningún otro rincón de la casa de aquel animal.

En otra ocasión cuando Olga estaba en su casa sonó insistente el teléfono.

-¿Sí? ¿Dígame? - inquirió ella una vez que lo hubo atendido.

- ¿Es usted Olga Verdejo? - dijo una voz gangosa de hombre a través del micro.

- Sí, yo misma. ¿Con quién hablo? - quiso saber ella.

- No se preocupe de quien soy yo. Soy un ser de mucho poder, y la aviso de que su vida está en la recta final.

El desconocido cortó bruscamente la comunicación antes de que Olga pudiera reaccionar.

Aquella no fue la única llamada de aquel loco. Poco después él volvió con otro mensaje igual de  terrorífico que el anterior. "Aunque usted aún no se de cuenta de ello, su salud empeora cada vez más y más; y pronto le llegará el irremediable final" - le anunció.

Como es de imaginar Olga le explicó a su marido el asedio de aquel sujeto y que tenían que ir a denunciarlo a la Policía; mas él siempre le decía que no le hiciese caso y que enseguida aquel tipo ya se cansaría de hacer el "fantasma".

Pero lo cierto es que a Olga le salieron unos sallpullidos en sus extremidades que le producían bastante dolor. ¿Sería verdad que aquello era el principio del fin de su vida?

De manera que ella decidió ir a su médico de cabecera, el cual tras hacerle una profunda analítica, y al percatarse que aquellos sallpullidos no tenían nada que ver con una causa puramente física se determinó que su dolencia era completamente psíquica, así que la mandó a un psiquiatra amigo suyo para que solucinara el caso.

En efecto. El facultativo pudo comprobar que lo que le ocurría a Olga era psicosomático. Se trataba de una fuerte sugestión provocada por las llamadas de aquel "loco" que resultaba ser un brujo al que cualquier asesino en potencia le pagaba una cantidad de dinero para aniquilar solapadamente a quien fuese sin necesidad de que éste se manchase las manos de sangre y así  evitar la cárcel, mediante el poder de la mente. La víctima en cuestión moriría de una extraña enfermedad.

La Policía no tardó en detener a este brujo embaucador que hacía tiempo que iban tras él. Y el sujeto confesó que en el caso de Olga quien había requerido sus servicios había sido su marido que quería posesionarse del capital que había heredado de su tío.

Por eso ella se separó de aquel hombre a la vez que le denunció por intento de asesinato.

Y desde entonces aquella mujer tuvo una cosa tuvo muy clara: Tenía que andar con mucha precaución con la gente que pudiera conocer de ahora en adelante.


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