Una calida noche de verano del año 2.000 en la playa de la localidad en la que vivo, actuaba sobre un escenario improvisado un actor de teatro que se había hecho famoso haciendo satíricos monólogos sobre la actualidad en toda la península.
Reconoszco que cuando yo lo vi en su actuación quedé asombrado del gran ingenio y de su capacidad crítica que exhibía con los acontecimientos políticos del momento, así como de la imitación exagerada del comportamiento y de los gestos que hacían los personajes más relevantes que no cesaban de salir a todas horas en los medios de comunicación; muchos de ellos carentes de toda consistencia profesional y humana.
Y como era de esperar el público que siempre está predispuesto a pasarlo bien ante un espectáculo como aquel se sentía inmerso en un estado de creciente hilaridad y de relajación. Sin embargo el gran éxito de aquel monologuista se debía fundamentalmente a que con su desenfadada forma de hablar tomaba al espectador como a un confidente; establecía una corriente de empatía entre él y su público, por lo que en medio de los jocosos comentarios, su metalenguaje venía a decir: "Yo soy tan sencillo como vosotros y os comprendo perfectamente".
Otro elemento importante de su éxito consistía en que el humorista en cuestión con su agudeza mental, con su desenvoltura para decir lo que pensaba sin censura alguna, sin eufemismos de ninguna clase expresaba lo que mucha gente tenía en mente, pero que debido a unas convenciones sociales, a los clichés políticos magnificados por la prensa mediática que presionan a nivel inconsciente al personal, carecían de los suficientes argumentos necesarios, de las palabras ajustadas para criticar o denunciar cualquier fallo de las élites del momento.
Esta misma actuación tan cercana al público, al hombre medio de la calle venía a ser a su vez un desprecio a la rimbombante solemnidad sea política o artística que en realidad es falsa, de cualquier sujeto con dimensión pública. Y esto es algo que es de agradecer. ¿Por qué hay que subir en un pedestal a nadie cuando la realidad de la vida es que todos somos seres humanos, nos equivocamos, y estamos en este planeta de paso, y tal vez mañana ya no ocupemos el lugar en el que estamos ahora?
Aquel actor monologuista que yo vi aquella noche, por supuesto no era un personaje excepcional; pues él de acuerdo con su cultura de hoy en día seguía la tradición de los bufones de otras lejanas épocas. Desde la más remota Antigúedad no han dejado de haber estos sujetos muchos de los cuales eran enanos o personas con otras malformaciones físicas, que entraban en la Corte del rey de turno para su solaz.
En efecto, los reyes bajo la influencia de los astros muchos de ellos se creían que eran seres sagrados, mas el bufón a pesar de su grotesca figura y que siempre ha sido un tipo muy perspicaz, y muy mundano no se ha dejado deslumbrar por la suntuosidad del ambiente en el que se movía. Así que él con sus chistes y bromas aparentemente frívolas le señalaba a su soberano los errores, las injusticias y las mentiras que éste cometía, cosa que no se le estaba permitida a ningún otro súbdito más. El bufón de la Corte con esta actitud crítica y burlona era capaz de devolver al monarca su condición de ser humano, ya que él no era ningún elegido de la Providencia.
Y podría ser que aquel actor monologuista que yo vi aquella noche, también se inspirase en el famoso bufón de la obra de William Shakespeare EL REY LEAR llamado Falsfat, el cual no tiene reparo alguno en señalar las malas maniobras de su Señor.
Pero para mi un gran artista de este género ha sido el malogrado Miguel Gila, el cual sufrió los desastres de la Guerra Civil de España. Por tanto él que vivió la exaltación militar de aquellos años, en sus monólogos se dedicó a criticar y a ridiculizar con sus simuladas llamadas telefónicas al contexto belicista y revanchista de la época, así como también ciertas costumbres de su sociedad. El país no estaba tan bien como decía la propaganda del Estado.
Los bufones, al igual que EL ARLEQUIN de la Comedie del Arte son seres marginales, que están próximos al pueblo llano y que conocen bien sus anhelos y sus necesidades. Pero claro, debido a su manera de ser chistosa, y risueña el discurso crítico que pudieran hacer del Sistema se podía malinterpretar por simples bromas sin ningua trascendencia, por lo que el monarca podía seguir con sus injusticias habituales.
Ciertamente la gente ante un hecho determinado se deja impresionar más por el énfasis con que éste se explique que por él mismo. Con toda seguridad si el bufón de una Corte denunciara los fallos del rey con gesto iracundo, éste saldría mal parado.
Pero tanto los bufones como los actores monologuistas que hoy en día podamos ver representan a la verdadera democracia, porque a pesar de su estilo jocoso no se dejan atrapar por lo "políticamente correcto". Son unos seres inconformistas y libres de toda influencia, por lo que son absolutamente necesarios para nuestra salud mental y social.
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