La Tierra DEL Olvido (Fábula)
Había una vez una simpática perdiz patagónica que se llamaba Ange.
Para su familia, era el sol.
Un día, enfermó de cáncer y marchó lejos a intentar curarse. Su madre que ya había sufrido esa terrible enfermedad la acompañó. Su padre que buscaba trabajo para sostenerlos quedó en la Patagonia. Esperanzado en su recuperación.
La familia vivía en la República de los caranchos. Fieles a su naturaleza pasaban el día al sol. Comiendo despojos. Repartiendo sobras. Peleando entre sí por ocupar la rama más alta de los árboles. Regla fundamental para prosperar en la “Ley del Gallinero” (*)
Estas aves de rapiña practicaban el desagradable hábito de inventar leyes apropiadas para sus intereses y cuando no les convenían, las quebrantaban sin perjuicio.
Los animalitos, eran mansos, no prestaban atención a esos detalles. Ocupaban su tiempo en cómo sobrevivir al cambio climático y la falta de alimentos en bosques montañas y llanuras.
Así fue, que enfermedades como la gripe aviar o porcina comenzaron a manifestarse.
Los números de contagios o muertes eran contabilizados por las televisoras las 24 horas. Primero dijeron que no se preocuparan, que no corrían peligro. Luego, que todos iban a contraer la enfermedad.
Los caranchos acostumbrados a revolotear sobre la desgracia ajena comprendieron que era una gran oportunidad para sus ambiciones desmedidas.
Sembraron el miedo en la población. Impusieron una larga cuarentena y redactaron decretos sobre prevención higiene y circulación. Ni bien instaurados, éstos, fueron violados por ellos mismos y sus amigos. A su antojo.
Una mañana, una paloma mensajera llegó a la Patagonia y dio al padre de Ange el mensaje que su sol, lo reclamaba a su lado.
Necesitaba un abrazo, largo, despedirse en paz. La enfermedad estaba ganando.
Sin pérdidas de tiempo se embarcó en su globo aerostático con rumbo al Hospital donde su hija convaleciente lo aguadaba.
Esta historia, aunque triste, debería culminar aquí.
El abrazo de padre e hija. Una despedida dolorosa. Almas angustiadas liberándose entre lágrimas y la tristeza de miradas amorosas.
Sin embargo, hay más. Siempre hay más. O mucho menos, cuando se ejerce el poder brutal.
Cuando el globo se acercó al cuartel general de los caranchos, éstos, graznaron indignados. Si dejaban que uno desoyera sus leyes, los demás iban a pretender hacer lo mismo.
No había excepciones para los animales comunes.
Los gansos del escuadrón volador fueron enviados a obligar a aterrizar al globo aerostático.
Papá perdiz, mostró sus permisos y contó el motivo de su mustio viaje.
Los gansos le negaron el paso sin demostrar que no estaba enfermo, Además, debía hacerse cargo de todos los gastos y estudios.
Explicó que desde el globo veía los camiones de carga que marchaban por las rutas a llevar sus mercancías a destino. Era injusto. Lloró amargamente en vano delante de todos, de rodillas suplicó humillándose. La compasión nunca llegó.
No disponía de dinero. Estaba desocupado. Sólo deseaba permanecer los últimos momentos junto a su hija. Cumplir con el abrazo prometido.
El escuadrón de guanacos recibió la orden de escoltarlo de regreso a su casa y asegurarse que no volviera so pena de arresto.
Compungida tras recibir el anuncio de lo ocurrido. Ange, bajo el sol de la tarde, escribió ingenua en el muro del hospital: “Acuérdense, hasta el último suspiro, tengo mis derechos”.
Algunos monos reporteros recogieron y difundieron la nota. Pero nadie se apiadó.
La familia Perdiz, no pudo reunirse. Ange, apagó su sol.
Añorando el abrazo. Sin poder pronunciar gracias, te amo, adios. Incrédula de la ingravidez de sus derechos.
Es costumbre en la República que los culpables sean encontrados, juzgados y cumplan las penas. El escuadrón de Gansos y la patrulla de Guanacos, será investigado. Se les labrarán los correspondientes sumarios internos.
Los pícaros caranchos, decretaron de inmediato que las palomas mensajeras deberían entregar los mensajes gratis por un tiempo. Después de todo, todo pasa.
Muchos ya olvidaron lo sucedido.
Algunos nunca lo comprendieron.
La fauna de la República había naturalizado que el comercio era esencial y el amor, superfluo.
Moraleja:
Si te exigen que abandones tus valores.
Quien resguarda tus derechos no lo hace.
Si a quien dice que te cuida no le importas.
Tú tienes la palabra.
(*) Ley del gallinero: Dícese de una ley donde las gallinas que se ubican en lo más alto “cagan” a las que están debajo.
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