Se hallaba buscando en ese rayo de luz
aquel instante que le prometieron eterno,
buscando dejar de sentir el pasar del tiempo
que ya sus acumulados surcos anunciaban.
Las grietas de su alma marchita
esperaban justo ese momento
para culminar su obra.
Era el quebranto de sus huesos,
la inquietante calma de su respirar,
la aridez de sinuosos riachuelos
recorriendo su lívida tez.
Sabía que las persianas del ayer
estaban por cerrar.
No habría nuevo amanecer
más que culminar,
tan solo un eterno atardecer.
El fin en sus párpados quejumbrosos
estaba por comenzar,
serían en un segundo inicio y fin
de una vida por anunciar.
Había esperado tanto para aquello.
Tanto para al fin poder ver
aquel último rayo de luz
en esos ojos baldíos
que quiso el destino darle.
Que aún no sabía
que solo en ese pequeño lapso,
esa última caída de párpados,
vería por primera vez.
Que aún no sabía
que tan solo debía dejarse caer
para comenzar a ver.
Para volar hacia su eternidad
en un último parpadeo sin final.
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