Hirviendo, no más

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Al parecer se le antojó nata. Ya suponía lo que pretendía. Mi conquista rió, y su risa provocó una reacción inesperada en mi flácido miembro, que empezó a erguirse de nuevo, sorpresivamente para mí, porque jamás le había visto tal hazaña. En alguna ocasión, unos años atrás, me había permitido tres erecciones en algo menos de hora y media. Eso era tiempo pasado, yo, más joven, más fuerte. Pero ahora recuperaba su vigor, lo cual me complacía enormemente.


Una vez adornada cual tarta de celebraciones, mi ex-mujer no se lo pensó y pasó a limpiar delicadamente todo lo vertido. Yo quedaba en un segundo plano. En cierto modo lo entendía. Ella, mi conquista, era su juguete, y yo solo tenía permiso para actuar una vez que ella saciase su deseo. Lo que me sorprendió fue que, poco después, me llamara para participar también en la limpieza.

Cada uno a lo suyo y mi conquista dejándose hacer por ambos, por lo que fue un matrimonio. Tumbada boca arriba, cerró sus ojos y se dejó llevar. Mi ex no tenía bastante y me agarró el pene, masajeándolo, con la segura intención de que, en breve, tomaría de nuevo las riendas y montaría a ambas como había hecho escasos momentos antes.

No entraré en más detalles de lo que ocurrió después, dejando a la imaginación de cada uno discurrir libremente sobre los hechos libidinosos y procaces que se vivieron en aquella habitación. Lo que sí debo narrar es lo que aconteció una vez todos quedamos plenamente satisfechos.

Mi ex se vistió y se dirigió a su bolso. Le dio a la chica una cantidad de dinero que, al parecer, había convenido. Ella agradeció la entrega y nos abandonó, con la promesa de volver cuando quisiéramos porque lo había pasado francamente bien. Una vez solos, y aún perplejo, mi ex me comentó la trama urdida. Aún seguía enamorada de mí, pero lo que quería asegurar con ese evento era que también yo lo siguiese de ella. Al comprobar personalmente que tenía para las dos por igual, que no la despreciaba a pesar de tener un bombón nuevo, confirmó gratamente su sospecha y me pidió que nos diésemos una nueva oportunidad. Curiosamente, yo pensaba lo mismo, que ella había dejado de quererme y tomó la determinación de separarse. Entonces recordé que, en esos momentos, prácticamente no hablamos. Acepté su decisión sin más. Luego vinieron las dudas, pero eso ya era normal en los separados.


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