Nunca sabrás dónde termina el sueño y comienza la imaginación

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La bruma se va deshaciendo en la madrugada. Una figura femenina balancea sus pasos entre la esponjosa nieve virgen. Los árboles pelados a su alrededor, adormecidos por el invierno, una hilera de patas almohadilladas grabadas en el blanco manto que se pierde tras un montículo de rocas que quizá esconda la madriguera de algún roedor. En el silencio absoluto de la naturaleza, las gotas heladas penden de las delgadas ramas cual cristal, lanzando destellos al alcanzarlas los rayos del sol recién levantado. 

Sin darse cuenta pisa sobre un charco de nieve helada, pierde el equilibrio y cae. Quiere levantarse, lo intenta una, dos, tres, cuatro veces, hasta que agarrándose a una rama seca de un árbol, consigue ponerse finalmente en pie.

Ahora su faz está concentrada en medir el impulso justo para poder desplazarse sobre el agua dura y resbaladiza el metro escaso que la separa de un puente. Una vez conseguido el paso, lo atraviesa, pero aunque la senda próxima aparece húmeda, no hay siquiera un rastro de nieve y consternada, no comprende por qué el paisaje ha cambiado su aspecto de repente y del blanco prístino ha pasado a la tierra fangosa, igualmente resbalosa, de aspecto repugnante.

Quiere continuar por el sendero mas éste termina en el cenagal que llega hasta el pie de la montaña. Su camino la llevaba en esa dirección, en cambio se ha quedado atrapada entre el hielo y el lodo. Una sensación de desconsuelo la llena totalmente.

Tiene que hacer algo para librarse de esa angustia. Y cierra los ojos. Cierra los ojos y se interna en su mente.

Y empieza a desnudar su envoltura. Son muchas capas, le lleva un tiempo. Cada capa que cae es una porción de sí misma. Porciones alegres, penosas, sensatas, dementes, ilógicas, sensibles... Porciones de recuerdos, de palabras y sueños, de esperanzas y desilusiones. Finaliza el proceso deshaciéndose de todas y cada una de ellas, y se da cuenta de que al final de todas, sólo queda su persona en su forma más pura.

Ella elige entonces transformarse en un rojo dragón de fuego, imparable e imbatible, sin nostalgia, sin remordimientos, sin necesidades. Decidida a vivir su nueva pero a la vez primitiva identidad, se eleva con sus poderosas alas sobre el cieno y el hielo, marchando lejos, hacia el horizonte, sin mirar atrás... justo antes de despertar.

 

 

 

 

 

 

 

 


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