Aquella aciaga noche
la serenidad se coló
por la ranura de tu mirada.
Tu última palabra
que me cantó el viento,
hoy convertida
en eterna por el tiempo,
vuelve a mi dormido
y tenue pensamiento.
Era tu luz condensada
a un eterno ocaso.
Tu verdad naufragada
a un abismo de fracasos.
En la niebla de tus ojos
yacía tu paz junto mi temor.
Aferrado a los segundos
tan escasos como exiguos
de tus dedos palpitantes,
persiguiendo la eternidad
junto a ellos, junto a ti,
mas sabiendo que ella sólo
te esperaría a ti.
Mi mente quedó estéril,
dejó mis días sin color,
sin las semillas de tu adiós,
perpetuo invierno de dolor.
Los versos de mi alma
se hundieron en el fango,
cuando tu prostero aliento
perfumó todo mi cuerpo.
Aquella aciaga noche
mi boca aprendió a dormir,
buscando en el sin sonido
estar más cerca de ti.
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