¡QUERIDA JULIA! 1

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Aquella noche de un fin de semana del año 80, Félix Pons que era un hombre de veintisiete años el cual vivía con su madre viuda, se hallaba sentado en un sillón de su casa viendo un programa de televisión cuando quedó completamente extasiado al ver que en él hacía acto de presencia la simpática y magnética presentadora de aquel medio llamada Julia Otero. De buena gana le gustaría tener una aventura amorosa con aquella mujer.

Sin embargo muy a su pesar tuvo que apagar el aparato porque se tenía que ir a domir más pronto que otros días ya que se tenía que levantar a primera hora de la mañana del día siguiente para ir de excursión a Montserrat, que era una tan singular como emblemática montaña de Cataluña con un  grupo de amigos de un compañero del trabajo que le había convencido para que fuera con ellos.

Cuando llegó la hora de despertar Félix se levantó de la cama de mala gana, y tras el rápido  aseo y haber tomado una aza de café salió en volandas del hogar materno para dirigirse a un lugar del centro de Barcelona en el que ya vio a su compañero de trabajo llamado Juan en medio de una pequeña comitiva.

Mas en aquel instante su corazón dio un vuelco porque en aquel grupo había una mujer de cabello de un color castaño, con una cautivadora sonrisa y una mirada vivaz, chispeante que bien pudiera ser la misma Julia Otero.¡No, aquello no podía ser! Lo más seguro fuera que se tratase de una fémina muy parecida a la presentadora de  televisión. Ya dicen que todos nosotros tenemos un doble en alguna parte.

No obstante, Félix llevado por el influjo de la famosa presentdora quiso confraternizar con aquella excursionista.

El grupo se distribuyó en dos coches y durante el viaje a Montserrat Félix intentó conversar con aquella damisela que dijo llamarse Cristina.

- ¿Qué? ¿Sueles ir a menudo de excursión?- le preguntó él con cierta emoción.

- De vez en cuando. Me gusta la vida sana - respondió la chica escuétamente.

- Claro. La ciudad a veces resulta agoviante. A mi también me gusta salir de vez en cuando  de Barcelona e ir al campo; al aire libre. Pero también me gusta el teatro.

- Ah. Está muy bien.

-¿Te gusta el teatro? - inquirió Félix tratando de establecer un diálogo con aquella dama que no terminaba de arrancar.

-¡Psé! Si la obra es buena sí.

- Es muy agradable el amigo Juan. Él y yo somos compañeros de trabajo, y lo pasamos muy bien juntos- expresó Félix cambiando de tema

-Sí. Es muy simpático - convino ella muy seria sin mirarle a los ojos; era como si le molestase su compañía.

Félix se estaba desengañando de la supuesta afabilidad de Julia Otero. Era muy probable que en la intimidad dicha presentadora al igual que Cristina fuese una mujer arisca y distante por lo que su talante risueño fuera tan solo pura comedia para dar buena imágen en la pantalla.

Como aquel diálogo tuvo un corto recorrido puesto que la excursionista no le daba pie para entablar una amistad, siguieron el viaje en silencio.

Al fin, cuando llegaron a su destino se encontraron frente a los majestuosos y grises picos montañosos que se izaban en medio del paisaje. Mientras tanto en el firmamento asomaba un tímido y blanquecino sol que calentaba a aquel grupo. Seguidamente ellos subieron a un teleférico que los llevaría arriba, y Félix se vio encerrado en aquel vagón junto con otras tantas personas. "¡Ay Dios mío! ¿Y si esto se cae?" - pensó él con algo de temor.

Al llegar arriba después de visitar el Monasterio y haber desayunado un bocadillo, Juan condujo al grupo hacía rincones intrincados de la montaña, como si de una expedición se tratara y se aventuraron en subir por una pendiente llena de guijarros, de manera que Félix no podía atender a Cristina como hubiese deseado; no podía dedicarse a ligar a nadie porque bastante trabajo le costaba manteener el equilibrio; sobre todo cuando tenía que flaquear algún terraplén resbaladizo de rocío. Pues el miedo a caer le hacía preocuparse más de su seguridad que de cualquier otra cosa. "¡Maldita sea! ¿Quién me mandaría a mí meterme en estos trances?" - refunfuñaba él entredientes.

-¡Ánimo, chico que ya llegamos!- le instaba Cristina con chanza.

Félix trataba de disimular su apurada situación. Se hacía el valiente y pretendía aparentar una habilidad para subir montañas que no tenía.

- ¿Decías...? ¡Bah, ésto no es nada...! - respondió él con un temblor en la voz.

Y una ténue luz de esperanza se encendía en su mente, al creer que tal vez Cristina sintiese un poco de simpatía hacia él.

A su alrededor proliferaban toda suerte de hierbas silvestres,y en un esfuerzo supremo Félix se agarró sin darse cuenta en una planta con espinas que se clavaron en su mano. "¡Ay" -gritó.

Caminaban sin cesar metiéndose en lugares difíciles, pedregosos sorteando toda suerte de obstáculos y Félix resoplaba como un elefante. Entonces llegaron a un precipicio desde el que se divisaba un bello paisaje y Cristina se quedó paralizada sin atreverse a seguir.

A continuación Félix tuvo un gesto. Sacando fuerzas de flaqueza se acercó a ella y le instó resuelto:

-¡Dame la mano, sin miedo! Tranquila.

- ¡Nooo! - se negó ella.

-¡Venga,no temas nada!

Cristina cedió y pudieron seguir su camino. Pero cuando la mujer se sintió a salvo, lejos de dar las gracias a su benefactor, lo miró con displicencia como si él fuese un don nadie.

Al cabo de haber caminado un buen rato a la hora del almuerzo, el grupo descendió a un pueblo llamado Monistrol y se adentraron en un bar- restaurante que estaba repleto de otros grupos de excursionistas. Tomaron asiento en una mesa arriconada, pidieron cervezas y una ensalada, y se dispusieron a reponer fuerzas.

- Con este trote que hoy nos hemos pegado, no sé como mañana iremos a trabajar - dijo Cristina.

Félix intentó una vez más atraer la atención de la doble de Julia Otero. A lo mejor su desdeñosa actitud fuese sólo una máscara para protegerse del asedio de los demás y en el fondo fuese una mujer dulce y sensual. No había que perder la esperanza.

-Cristina. Tu cabello es tan bonito como las doradas espigas del trigo en primavera- la lisonjeó él.

-¡¿Cómo, qué...?! - excclamó la cica como si la hubiesen pinchado en el trasero con una aguja.

 


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