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En el horizonte, dos siluetas oscuras superpuestas, sombreadas por un inmenso e intenso atardecerer anaranjado, permanecen quietas.
El hombre está sentado en el suelo y tiene la espalda apoyada en un árbol.
Ella reposa entre sus brazos con la espalda acomodada en su pecho.
Sus pupilas brillan al reflejar el sol y sus rostros se iluminan al reflejar el deseo.
Al mirarse un espejo les devuelve la imagen más anhelada.
La paz y el cariño enciende sus corazones y un beso sella la fortuna de haberse encontrado.
El cielo es testigo de aquel instante en el que, fundidos en un eterno abrazo, ambos mueren en un mundo de soledad y vuelven a renacer en su pequeño universo, entregados, sintiéndose más vivos que nunca.
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