Y entonces, la vio. Desde el mismo instante en el que sintió su mirada fija en él, supo que estaba perdido. Intentó gritar, pero las palabras se resistían a acudir a él. No podía huir, todos sus músculos estaban paralizados por esa mirada, que ahora se había clavado en lo más profundo de sus ojos y parecía buscar una vía de entrada a su mente. A su alrededor, caras borrosas de una calle concurrida, la muchedumbre ajena a la importancia de lo que estaban siendo testigos. Estaba perdido, desde aquel día que decidió olvidarla y creyó, ingenuo, que lo había conseguido. Se acercó a ella, hipnotizado por la intensa mirada de aquellos ojos que tanto había amado tiempo atrás, y que había vuelto a amar tan sólo hacía unos segundos. No fueron necesarias palabras de arrepentimiento, ni una súplica, ni una declaración de amor. Simplemente, no fueron necesarias las palabras. Nunca lo son cuando una mirada es suficiente para comunicar un sentimiento. Finalmente, ambos se unieron en el beso que secretamente habían estado anhelando. Estaba perdido. Estaba perdido de nuevo, sólo que esta vez ya no le importó.
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