El día que no desperté nunca más, vi la vida correr sin mí. Se sentía bien estar suspendida en el espacio, atrasando o adelantando partes de mi vida, reviviendo mis partes favoritas.
Le pregunté a la luz si podía cambiar algunas cosas de la película, y me dijo que podía hacer las modificaciones que yo deseara.
Hice todo para acomodar la vida que tanto me hubiera gustado tener. Modifiqué, primeramente, el personaje de mi padre, le quité todos los defectos y lo convertí en el mejor hijo, padre y esposo; a mi madre le puse más alegría y un poco menos de malos recuerdos. Quité a mis hermanos para ser la única en sus vidas.
Mi vida escolar la hice de ensueño hasta mi último día de universitaria, luego coloqué felicidad y estabilidad laboral. Me quité de encima los antidepresivos y la terapia, no les necesitaba más pues mis traumas de la infancia no existían. Me conseguí a la pareja perfecta, no volví a sufrir nunca más por un corazón roto.
La película de mi vida era perfecta, pero terminaba igual: conmigo colgada del techo de una habitación oscura.
Le pregunté a la luz por qué si mi vida había cambiado tanto, había decidido suicidarme de nuevo.
Me explicó que la constante acción en mi vida real me había llevado a buscar la paz en la muerte; mientras que, en mi vida modificada, la monotonía me orilló a morir para experimentar algo diferente a la estabilidad.
Tomé los carretes de ambas vidas y los destrocé, para mí nunca habría un final feliz.
Sólo un final adecuado.
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