Escena y cuadro de artista y modelo

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    La luz del atardecer  se cuela por una puerta entreabierta al final del salón. Huele a una mezcla de perfumes y hay ropa de hombre y de mujer por todas partes. Algunas prendas, quizás fruto del frenesí, se encuentran tiradas en el suelo. Otras, de forma más ordenada, pero sin excesivo esmero, reposan en el respaldo de un sillón de cuero de dos plazas. Frente al sofá una mesita de cristal con dos copas de champagne marcadas con huellas dactilares y restos de bebida que delatan un uso reciente.

 

    Con un poco de imaginación y una pizca de labor detectivesca, se puede recrear la historia erótica. Ella esperando en el sillón, el trayendo las copas llenas. Sonrisas, conversación ligera mientras se bebe y miradas de deseo. Luego, el beso, cargado de pasión. Dos bocas que se encuentran y se saborean intercambiando saliva mientras juegan con la lengua. La mano de él en el pecho de ella y la de ella en su espalda...o quizás más abajo. Ella se quita la camiseta y la dobla sobre el sillón. A continuación, hipnotizada por la mirada de deseo que sus todavía ocultos senos despiertan, se desabrocha el sujetador y lo deja caer. Sin demora, el hombre se desembaraza de su camiseta y se lanza sobre las tetas, empezando a chupar los pezones. La mujer cierra los ojos, se muerde el labio inferior y entre gemidos, se concentra en disfrutar.

 

   De nuevo prestamos atención a la ropa que descansa en el suelo, unos pantalones vaqueros y luego otros con una pata estirada de manera imposible. A medida que la vista avanza hacia la puerta, el atuendo se hace más íntimo y las últimas prendas del camino son unos calzoncillos en los que se aprecia una zona oscura y húmeda y unas bragas que no están del todo secas.

    Cerca de la puerta se oye, lejano, el sonido del mar.

    En la habitación, una cama sin deshacer, una ventana abierta y nuestros dos protagonistas, ambos en pelotas.

    Sobre la cama, sentado en el borde, le encontramos a él con un pincel en la mano y un lienzo todavía virgen. Si fuésemos nosotros los pintores, no nos quedaría más remedio que incluirle en el cuadro, trazando las líneas de su cuello y espalda hasta detenernos en el nacimiento de su culo bajo el que se arruga la colcha. O quizás, variando un poco el ángulo, pudiésemos poner foco en su pene ladeado hacia la derecha, a medio camino entre la erección y la vuelta a la normalidad, con un hilillo de semen pendiendo de la punta.

    Junto a la ventana abierta, de pie dándonos la espalda, está ella. La pierna derecha algo más adelantada, el pie izquierdo de puntillas. Los muslos desnudos jugando con las luces y las sombras. El trasero, en esa posición, no sobresale, si no que se recoge algo hacia dentro cayendo ligeramente. La raja maravillosa, invita al artista a algo más que a pintar. La espalda desnuda, el cuello a la vista y el pelo recogido.

 

   La brisa se cuela en la habitación trayendo el aroma del mar.


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