Tu mano sube lentamente desde mi pecho hasta mi cuello, una vez ahí, lo rodeas para apretarlo suavemente. Me enloquece.
Cierro los ojos mientras aumentas la presión sobre mi cuello, todo en mi interior es muy claro. Pronto tus labios se unen a los míos en un beso jadeante, ninguno podía asegurar que respirara de la mejor manera pues éramos presa del deseo que poco a poco nos comenzaba a consumirnos.
Tu mano abandona mi cuello para ir a mi cabello, del cual tiras delicadamente; mi mirada está en el cielo. Tu lengua recorre mis clavículas sin prisa, formas un camino lleno de curvas hasta mi barbilla donde depositas un suave beso, similar al de buenas noches. Pero aquí nadie quiere despedirse.
Busco tu boca con desesperación, como si mi vida dependiera de besarte hasta el cansancio. Me sostienes entre tus brazos de tal forma que me haces saber que no tengo salida, me has acorralado.
Me aferro a tu cuerpo. Quiero que sientas mis latidos, cuán fuertes y rápidos los haces.
No hay más espacio entre nosotros.
No hay más tiempo.
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