METRO MADRID

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Eran las dos de la tarde cuando salí de la facultad de derecho después de la última clase. Como siempre me estaba esperando Mario para ir a coger el metro en la estación de Ciudad Universitaria. Era de la pandilla de cuando éramos adolescentes y por aquel entonces estuve enamorada de él pero no me hizo caso y se me paso enseguida pasando a ser buenos amigos. Fue él quien me animo a estudiar derecho. Ese día estaba con una compañera suya de clase y me la presentó. Se llamaba Mayra, era una mulata con la piel color canela, muy guapa y de estatura media, sobre un metro setenta, más o menos como yo.

Nos dimos dos besos al saludarnos y al juntar nuestras mejillas me beso casi en las comisuras de los labios, una vez cada lado. Me quedé un poco cortada, pero me preguntó como si nada en que curso estaba y me relajé. Le dije que uno menos que ellos, en cuarto.

Nos dirigimos hacia la estación de Metro y al entrar como siempre estaba hasta los topes de gente como es habitual a esa hora en que todos los estudiantes acabamos las clases de por la mañana. Apretujados entre la gente esperamos la llegada del tren. No conseguimos entrar en el primero que vino y esperamos al siguiente.

Mayra estaba a mi costado y Mario de frente. Fue llagando más gente y cada vez nos apretábamos más, pero ahora ya estábamos cerca del andén y podríamos coger el siguiente metro. Es una sensación asfixiante encontrarte rodeada de gente aplastándote literalmente pero ya estábamos acostumbrados, aunque lo peor de todo era el olor corporal de tanta gente mezclada junta y como aun hacia una temperatura veraniega íbamos ligeros de ropa lo que ayudaba a que los olores fluyeran más libremente.

Cuando llegó el convoy esperamos a que se abrieran las puertas y entramos de los primeros. Poco a poco nos volvió a aplastar la riada de gente que entraba hasta que los últimos que lo consiguieron se aplastaban contra los que tenían detrás para que se pudieran cerrar las puertas.

Sentí los muslos de Mayra pegados a mi costado y su cara junto a la mía. Olía muy bien y amortiguaba otros olores a humanidad que reinaban en el vagón. Me centré en su olor y como por arte de magia desaparecieron todos los demás. La verdad es que me sentí a gusto teniéndola pegada y aspirando su olor.

Al llegar a la primera estación se bajó alguna gente y ya pudimos estar menos apretados. Noté perfectamente como la presión sobre mi pecho izquierdo disminuía al apartarse Mario un poco. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que lo había tenido presionando contra su pecho y lamenté no haberme sido consciente antes para haber disfrutado del contacto. Mayra seguía pagada a mí a pesar de estar un poco más holgados y la presión ya no era necesaria.

Dos estaciones después, en Cuatro Caminos, se bajó Mario y nosotras seguimos en el mismo tren hasta Goya que era donde nos teníamos que bajar, porque resulto que vivíamos muy cerca, en el mismo barrio.

En Cuatro Caminos el vagón volvió a llenarse y otra vez estábamos aplastadas. Mayra sacó dos Chupa Chups y me ofreció uno, pero lo rechacé. Peló uno y se lo metió en la boca. Otra vez la tenía pegada a mí, pero ahora un poco más a mi espalda que antes y notaba como sus pechos frotaban en mi espalda con los vaivenes del metro.

Sentí una mano que me acariciaba el muslo por la parte delantera y miré hacia abajo como puede para ver quien me estaba tocando. Me dijo al oído que no me preocupara que era ella y no podía ni moverse. Poco a poco la mano empezó a trasladarse hacia mi pubis y noté como me lo presionaba a través de la falda. El calor empezó a subirme a la cara y seguro que me puse colorada pero no me retiré, entre otros motivos porque no podía moverme. Ella entendió que me estaban gustando sus caricias y se aventuró a levantarme un poco la minifalda para tocarme a través de las bragas. Empecé a mover la cadera para sentir mejor sus dedos y entonces retiró el borde de las bragas hacia un lado y me acarició el clítoris. Me gustaba lo que me hacía, pero estaba petrificada por la situación y sobre todo donde estábamos.

Deslizó el dedo que me acariciaba hacia abajo y me palpó la entrada de la vagina para separar los labios y lo metió. Solo fue un momento porque enseguida lo retiró y se lo llevó a la boca como pudo. Se sacó el caramelo de la boca sosteniéndolo por el palito y desapareció la mano hacia abajo.

Volví a notar de nuevo su mano en mí pubis y algo más grueso que su dedo me acariciaba el clítoris de nuevo. Me removí contra aquello que me acariciaba y lo sentí otra vez deslizándose hacia la vagina. Algo parecido a una pelotita entró dentro de mí y empezó a subir a bajar por mi interior mientras la uña de un dedo me acariciaba justo en el centro del clítoris.

Se me empezó a agitar la respiración y supo que estaba cerca del orgasmo porque empezó a meterlo y sacarlo con mayor frecuencia. Me mordí los labios para permanecer callada cuando el orgasmo me alcanzó y al empezar a relajarme la bola que había tenido dentro volvió a pasearse por el clítoris haciendo giros.

Habíamos llegado a nuestra estación, no había tiempo para un segundo orgasmo y me quedé a medias. Sacó la mano de mis bragas y se llevó el caramelo a la boca. Le dio unas vueltas con el palito y me dijo que sabía muy bien.

Nos bajamos del metro y nos dirigimos a la salida. Ya en la calle me dio un beso en los labios y me dijo que la próxima vez intercambiaríamos los papeles. Echó a andar y me quedé parada viendo cómo se alejaba contoneando el culo, consciente de que no lo perdería de vista hasta que giró en la esquina.

Me fui a casa y me encerré en el baño para acabar el segundo orgasmo que se me había negado pensando que era el Chupa Chups quien me acariciaba. Cuando me quedé satisfecha me chupé los dedos y sabía a fresa.


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