¿Y LOS HUEVOS?

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                                                        ¿Y LOS HUEVOS?

 En 1990 adquirí una vivienda en el municipio de Soacha (Cundinamarca), allí he vivido desde entonces. Cada noche, durante treinta años y unos meses, antes de llegar a mi casa; entro a la misma panadería y compro siempre las mismas cosas: una bolsa de leche (los primeros años fue entera, y cuando el carnicero que me vende las orejas de puerco y los codillos para los fríjoles, me dijo que yo tenía colon irritable, cambié a deslactosada), dos mil pesos de pan blandito y ocho huevos.

El martes pasado entré, como de costumbre.

—¿Lo de siempre don Luis?

—Lo de siempre doña Bere.

Empacó la compra, le pagué con un billete de veinte mil pesos, me devolvió seis mil seiscientos pesos; le di las gracias, le deseé buenas noches y, me fui.

 Entré a mi casa, saludé a mi mujer y a Juan José (un nieto), que esa noche estaba al cuidado de la abuela Vilma, luego seguí a mi habitación a cumplir con mi rutina (empiyamarme).

En el momento, en que estoy bregando con una boca pierna del pantalón, escucho aquel grito que casi me hace caer.

—¡LUISSSS!

Cuando <<La Dama>> está molesta conmigo, pronuncia mi nombre en mayúsculas y deja patinar el aire entre la lengua y los dientes, para alargar el sonido de la ese.

—¿Sí? —Respondí, presintiendo que ella había encontrado un cabello rubio en la bolsa del pan, o el extracto de la tarjeta de crédito, donde aparece el pago de un viaje que hice a Santorini y a Lesbos (Islas Griegas) en 1978.

—¿Qué es esto?

—¿Qué es qué? —Contesté para darme tiempo, pero qué va, ya ella estaba en la puerta de la habitación, con la bolsa de la compra en las manos y mirándome de arriba abajo.

Imagínense la escena: yo, con una pata dentro del pantalón y la otra afuera, tratando de mantener el equilibrio, exhibiendo mis escuálidas desnudeces y, de contera; siendo increpado por la Inquisición e interrogado por el KKK. Me veía realmente ridículo.

—¿Y los huevos?

Se me enfriaron las tibias.

—¿Cuáles huevos?

—Pues, los del desayuno, ¿cuáles más?

—Respiré aliviado.

Me soltó una retahíla, pero ya no estaba poniéndole atención, solo escuché la admonición final.

 —Es el colmo que ahora, después de viejo, no sepas, ni ¡dónde dejas los huevos! —


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