Acciones cotidianas, una vida llana, un destino fijado, un sueño cada vez más cercano. Objetivos que te guían, que hacen de tu existencia un camino sencillo, que no entienden de atajos. Solo hay que dejarse llevar por las flechas marcadas y esperar el ansiado final feliz con la satisfacción de que lograste alcanzar todo aquello que te propusiste cumplir.
Por desgracia es así de triste. Hay días donde ves que nada va a cambiar con respecto al anterior, que miras los números tachados del calendario y descubres que lo única diferencia con el que aún no está marcado es una mancha de tinta roja sobre ellos.
Pero claro, de repente llega una brisa que cambia tu rumbo. Un suave abanico de esperanza que te conlleva a modificar la planificada y segura ruta por otra más arriesgada.
Tras la inseguridad de una nueva aventura, vuelves a mirar el calendario y, en ese momento, descubres que cada día sientes algo nuevo, que la felicidad tenía que llegar desde otro lado, que las sonrisas no se planifican, que los besos se roban y que las lágrimas. Las lágrimas se secan.
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