Un día vino a mi despacho un joven de veinticinco años llamado Enrique Bofill de profesión périto agrónomo por recomendación de un amigo común, para hacerme una consulta singular.
- Como antropólogo que es usted, espero que me pueda ayudar a salir de esta terrible experiencia que me inquieta sobremanera - me dijo él después de las presentaciones de rigor, y con bastante nerviosismo puesto que no dejaba de juguetar con un botón de su chaqueta-. He ido a la consulta de algunos psicólogos buscando una solución a este problema, pero sin ningún resultado satisfactorio.
- Pues usted dirá en qué le puedo ayudar - le insté a hablar.
- Mi familia es propietaria de una finca rural de árboles frutales en Lérida capital (una provincia que está cerca de Barcelona) donde vive la hermana de mi padre con su marido y ambos cuidan de la misma. Pero este verano pasado el esposo de mi tía ha sufrido una grave enfermedad, por lo que ellos han tenido que regresar a Barcelona para que él sea ingresado en un hospital -explicó Enrique Bofill-. Y como esta estación del año es cuando hay más tabajo porque es el tiempo de recolección de la fruta, razón por la cual contratamos a varios temporeros que vienen de cualquier rincón del mundo para este menester, yo he tenido que ir allí para controlar la situación.
Hizo una pausa para encenderse un cigarrillo y seguidamente prosiguió con su relato.
- Recuerdo que en la finca había una trabajadora llamda Aurora que era una mujer morena; muy hermosa. Y un día después de la jornada laboral para solventar el aislamiento en el que me encontraba la invité a salir. Mas ella me citó la noche del sábado en un bar musical que está en el mismo barrio donde se hallaba la hacienda familiar, y yo acudí a aquel lugar presa de la emoción como un adolescente ante su primera cita.
"Fue una noche extraña., alocada. Bebimos más de la cuenta; nos besamos con pasión y posteriormente hicimos el amor en el campo bajo un inconmensurable cielo poblado de un número incalculable estrellas que brillaban con una luz agresiva y exhuberante que aún avivaba más nuestro frenesi pasional.
Cuando acabamos de amarnos, yo la quise acompañar hasta su casa pero ella se negó porque vivía muy cerca de su lugar de trabajo. Así que yo me adentré en la vivienda de mi familia y me dirigí a la habitación dispuesto a dormir plácidamente.
Me hallaba en la cama a la espera de que me venciese el sueño, cuando vi que la puerta que estaba entornada se abría sigilosamente produciendo un extraño chirrido. ¿Será una ráfaga de aire que entra por alguna ventana abierta del comedor? - pensé yo-. Encendí la lechosa luz de la estancia, me levanté del lecho y fui a inspeccionar el resto de la casa, pero pude comprobar que ésta estaba completamente cerrada y no había ningún resquicio por donde pudiese circular el aire. De manera que volví a meterme en la cama pero esta vez con un mal presentimiento; o quizás fuese simplemente la mala impresión que me causaba aquella vivienda que no me gustaba en absoluto, puesto que siempre me había parecido que era triste y sórdida.
Estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo cuando por el rabillo del ojo, vislumbré en el umbral de la habitación la presencia de "alguien". No pude distinguirle bien porque quien fuese parecía que llevaba puesto un hábito de monje que le ocultaba el rostro. Al mismo tiempo la pálida luz de la luna llena que se filtraba a través de los cristales de la ventana de la habitación todavía le confería al ente una apariencia más espectral y más siniestra.
Como usted puede imaginar, quise levantarme de la cama para enfrentarme con aquel intruso pero su misteriosa presencia desprendía una aura tan apabullante que me causó un pavor indescriptible por lo que me dejó paralizado en la cama sin poder moverme, así como tampoco podía hablar. Pues "aquello" parecía ser una alimaña venida de otro mundo que esperaba a que yo me cayera del árbol de la vigilia; me relajara y me durmiese para atacarme sin ninguna compasión.
Poco después aquella presencia desapareció en la oscuridad de la casa, pero yo pasé la noche en vela con la luz encendida por si acaso. ¿Aquella aparición había sido una proyección de mi mente tras una noche de amor con Aurora como me dijo el psicólogo? No lo veo factible. También podría ser que la fealdad de la casa en sí, su sombría atmósfera agudizara en grado sumo mi imaginación dando lugar a que yo viese a aquella presencia fantasmal en la habitación. Era una remota posibilidad que tampoco me la acababa de creer.
Al día siguiente salí a pasear por la finca a primera hora de la mañana. El sol empezaba a despuntar tras un horizonte de tierras lejanas, tiñendo el cielo de un color carmesí. Entonces, inesperadamente, a lo lejos, entre los árboles estaba la figura hierática, amenazadora de la presencia que me visitó la noche anterior. ¡Me estaba siguiendo! Sin pensarlo dos veces corrí como un loco hasta donde estaba ella, pero cuando llegué al sitio ésta se había esfumado como por arte de magia.
Y por eso he acudido a usted. Porque yo me siento confuso, inseguro, y no sé lo qué es eso."
- Usted no es la única persona a la que le ha ocurridp una aparición espectral como la que me ha contado - le dije yo cuando hube escuchado el relato del señor Enrique Bofill-. Yo mismo me he dedicado durante muchos años en investigar este fenómeno en varios países del mundo. Y siempre es la misma historia, por lo que existe una importante casuística de este hecho. Pero esta presencia se suele enmarcar en la cultura de cada raza. Por ejemplo, en la cultura norteamericana que está dominada por la tecnología la figura en cuestión será un extraterrestre, en otra cultura más rural será una entidad religiosa. Puede tener muchas caras e interpretaciones.
- ¿Entonces esta presencia es real; no es una invención de mi calenturienta mente?
- Sí. Es real.
- Oh. ¿Y qué debo hacer si la vuelvo a ver?
- No le diga nada. Ignorela por completo. Parece que no es precisamente ningún ser con buenas intenciones - le aconsejé yo.
- ¿Pero cómo puede ser que se aparezca este ente? ¡Y nada menos que a mí, que nunca he creído en nada sobrenatural!
- El que usted sea un descreído no significa que esto no exista.
Sin embargo Enrique Bofill a pesar de mis advertencias no quiso hacerme caso, y cuando la misteriosa presencia volvió a aparecer en su habitación, él la desafió con bravuconería, pero al día siguiente al señor Enique Bofill lo encontraron en su cama muerto de un paro cardiaco.
Decididamente no se puede jugar con un fuego desconocido.
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