La ausencia de algo necesario.

Se despertó sudando. Aquella maldita pesadilla le había hecho incorporarse de la cama. ¿Qué estaba pasando? Se paró un momento a escuchar: tormenta. Oía las pequeñas gotas de agua chocar contra la ventana. "¿Donde estoy? ¿qué esta pasando" se preguntaba Darío una y otra vez. Tan sólo recordaba aquella discusión con su madre, aquel portazo que dio a la puerta de su cuarto y el instante en que cogió su reproductor de música, y se puso los cascos a todo volumen. Después, su hermana entró en su cuarto para intentar calmarle, pero él la había echado mediante insultos y malas palabras. Recuerda también que se tumbó en la cama, intentado calmarse. Y se quedó dormido. Después de eso, nada más. Ahora estaba en una habitación blanca, con varios focos de luz clara en el techo, que enfocaban a la cama donde él se encontraba. La sala estaba completamente vacía. El chico se percató de que sus manos permanecían atadas a la cama. Tiró con todas sus fuerzas, comenzó a irritarse, gritaba, despotricaba tan alto como podía. Pronto saltó una alarma con un desagradable sonido. Un par de enfermeros vestidos de verde entraron tan rápido como pudieron, le sujetaron de nuevo a la cama, le inyectaron un líquido blanco por su brazo derecho y le administraron oxígeno. Pronto se quedó dormido de nuevo. Todo volvía a la calma.

El ruido de los nudillos de su madre tocando a la puerta no tardó en llegar. "Darío, cariño, sal. La cena está lista." ¿Qué estaba pasando? ¿Donde había estado? Estaba seguro de que aquello no había sido un sueño. Era tan real... "Por favor, no quiero discutir más, venga".

El muchacho no sabía lo que ocurría, pero, sin pensarlo dos veces, apagó la música, dejó los cascos en su mesa de estudio, salió de la habitación y abrazó a su madre tan fuerte como pudo. No quería ni imaginar que algún día ella ya no estaría en su vida, y que quizá su sueño se cumpliría: Él, acabaría en un manicomio, loco, por no tener a su lado a la persona que más quería en su vida.