Respire profundamente dejando que mis pulmones obtuvieran todo el aire necesario para poder enfrentar a la tormenta grisácea que no dejaba de mirarme como si quisiese matarme. Estaba demasiado nerviosa para poder articular cualquier palabra coherente, rogando al cielo que no escuchase mi corazón latir porque seguramente estaría apunto de salir del pecho. Esas estúpidas mariposas que se instalaron en mi vientre seguían ahí, rugiendo con fuerza, provocando que pierda el horizonte en la intensidad de su mirada, en el brillo de sus ojos. Exigiendo que estampara mi cuerpo contra el suyo y pegara mis labios a los suyos. Rosados y carnosos se veían demasiado apetecibles. Por puro instinto mordí mi labio inferior, reprimiendo las ganas de tirarme encima de él. Gesto que sus ojos no pasaron desapercibido. Su mandíbula cuadrada seguía tensa aunque empezó a apretar los dientes, estaba serio, demasiado diría yo. Sus ojos puestos en mis labios provocaron un jodido calor que no pude controlar y que se reflejo en mis mejillas. Era intimante hasta la médula y le deseaba desde el primer momento que me desafío en aquella oficina. Pero le odia como a ninguno otro, me sacaba de mis casillas en cuestión de segundos, me rebatia absolutamente todo y me hacía sonreír por idioteces para ser bastante serio.
Su cercanía me trajo a la realidad y tragué duro. Sus zapatos tocaron la punta de los mios por una fracción de segundos. Su aroma se colo por mis fosas nasales demasiado rápido para asimilar su cercanía. Mis hormonas empezaban a impacientarse. Por más que buscase esa fragancia nunca la encontraba, solo en él y eso me gustaba. Sus manos se pegaron a mi cintura y todo mi piel se estremeció. Yo lo note y él también lo hizo, me lo confesó las comisuras de sus labios que se alzaban en una sonrisa ladina. Sus labios cada vez estaban más cerca de los míos, el latido de nuestros corazones llevaba demasiado tiempo sincronizado y empezaron hacerlo nuestras respiraciones. Le fulmine nerviosa sin saber cómo actuar. Empezaba a perder la cordura por todo lo que me hacía sentir. Le odiaba tanto que anhelaba en todo momento su caricia.
- ¿Qué diablos haces? - pregunté asqueado, molesta y reprimiendo mis ganas de acortar la distancia.
No se que pretendia pero ahora mismo no era capaz de pensar siquiera. No cuando su cercanía me gustaba demasiado, no cuando el brillo de sus ojos me convencieron de que estaba en buenas manos y siempre lo estaría, no cuando ambos moriamos por ser uno solo. Aquí y ahora sin importar nada.
- Tomar lo que me pertenece - aseguró sobre mis labios, rozándolos, jugando con ellos de manera seductor.
No me importó una mierda porque lo quería todo de él. Sus labios fueron a los míos de una manera desesperada. Su lengua entro en mi boca sin ningún tipo de permiso como solía hacer. Provocando que todo mi cuerpo temblara ante su desafío y era muy obvio que quería pasar el resto de mi vida con él.
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