Desde que nací sólo he percibido el gris, el frío de la vida. No conozco la luz, sólo sombras que me persiguen allá donde voy.
Siento la lluvia, nunca ha parado de llover; es una lluvia densa, constante que creo siempre me acompañará. El agua cae y yo con ella, disipándome, dejándome arrastrar sin necesidad de pensar. Soy una gota más entre millones, una brizna de lo que pude haber sido, una piedra que quedó sin tallar.
Tras el cristal observo un cielo tejido con hebras de plomo. Su peso oprime la vida, acallando los últimos atisbos de esperanza que como soplos de viento se escurren sin dejar huella. De improviso un ligero movimiento, una figura que se acerca... Encorvada, oscura, cansada, empuja lentamente una carretilla. Una vez más está ahí, es un recogedor de amarguras.
Cada pocos pasos se detiene en busca de almas por liberar. Veo como alza la espalda, escucho el crujir de sus vertebras mientras eleva su enorme nariz… Se estira, cruje, husmea, busca... Sus fosas nasales se dilatan y contraen, abriéndose cada vez más, tomando tanto aire que el universo se curva hacia él.
Siento cómo sus manos invisibles intentan abrirme, arrancarme la herrumbre que envuelve mi corazón. Tira, me arrastra, duele…, quiero dejar que entre, que se lleve la oscuridad que me consume pero no puede. Lo intenta pero no puede. Mientras le veo alejarse lloro sin saber cómo parar ni por qué parar.
Tras el cristal hebras de plomo siguen tejiendo el cielo bajo el que me tocó vivir. Ya no quedan resquicios por donde se filtre la luz...
Jam Louvier 2020
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