La muerte me sorprenda ahora mismo si le estoy mintiendo –respondí. Y nos quedamos en silencio, mirándonos fijamente, cobijados por la luz difícil de aquel callejón cómplice.
¿Ve? , aquí sigo -retomé el hilo-.
- Es que usted no puede amarme hasta morirse –insistió, riéndose fugazmente-.
Si usted muere antes –le dije-, venga en espíritu a casa en la fiesta de Todos Santos, prometo que encontrará su foto y una calaverita de azúcar con su nombre en mi altar.
- Si usted se va antes –me respondió-, no podrá tener el mismo lujo en mi casa.
Pasare de largo –le aseguré antes de marcharme-. Comprendo mi posición...
El domingo siguiente se casó en una parranda de alboroto que duró tres días. Supe que vivió diciéndose feliz y en una abundancia que a mí se me escapaba de las manos. Conveniencias de sus padres.
Hoy es la primera noche que podría venir para comprobar aquella vieja promesa, y todo está listo.
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