DULCES SUEÑOS

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Habíamos acabado de comer en la cocina cuando mi mujer, sentada en frente de mí, empezó a desabrocharse la camisa mirándome a los ojos. Lo hacía muy despacio consciente de que así no apartaría los ojos de sus pechos. Cuando la tuvo abierta totalmente echó los hombros hacia atrás y la dejo deslizar hasta que quedó arrugada entre el respaldo y el asiento de la silla.

La veía moverse por debajo de la mesa e intenté imaginar que estaría haciendo, quizás acariciarse y humedecerse para mí. Cuando se levantó y rodeó la mesa para acercarse pude ver que no llevaba puesta la falda que tenía cuando nos sentamos a comer. Seguramente estaba acompañando a la blusa en la silla.

Echando su larga cabellera negra hacía atrás dejando sus hombros desnudos me pidió que girara mi silla noventa grados para quedar frente a ella. Llevaba un conjunto de sujetador y tanga tan blancos y finos que dejaban traslucir tanto los oscuros pezones, como la sombra negra entre sus piernas. Hizo un giro sobre si misma de trescientos sesenta grados para mostrarme la espalda y sobre todo el culo, porque se inclinó un poco cuando me dio la espalda para acercármelo al tiempo que me decía que no lo tocase. Me frené a tiempo porque ya estaba lanzando las dos manos para agarrar aquel culo desnudo, salvo por la tirita de tela que se escondía entre las nalgas.

Se sentó con las piernas abiertas sobre las mías y me quitó la camisa. Una vez desnudo de medio cuerpo para arriba se pegó a mí pecho pidiéndome que le desabrochara el sujetador. Solté la presilla y se despendió un poco del cuerpo. Ella misma se lo quitó retirándolo hacia un lado y lo dejó caer al suelo. Me abrazó restregándose para hacerme sentir sus pezones ya duros sobre mi piel. Me dijo que la atrajera para poder pegar nuestros cuerpos y así lo hice cogiéndola por las nalgas desnudas.

Empecé a pasar el dedo anular entre los dos cachetes y conseguí retirar la tira de tela que cubría la entrada del orificio. Lo bajé un poco para lubricarlo con los jugos de su sexo y comprobé que ya estaba excitada por la humedad. Volví a su retaguardia y hundí una falange del dedo anular entre los pliegues de la oscura piel. Se reacción fue inmediata pegando el pubis a la altura de mi ombligo y quedando sus pechos a la altura de mi cara. Se acarició un pezón y me lo ofreció para que lo chupara. Estaba duro y grande. Empecé a absorberlo pasando la lengua en círculos y se le aceleró la respiración pidiendo más presión.

Con la mano libre me desabroché el cinturón y me bajé la cremallera del pantalón. No era fácil en la posición que estaba y con ella encima, sin embargo conseguí sacar el pene de los calzones que ya empezaba a coger consistencia. Cuando lo notó entre los muslos descendió un poco y ella misma empezó a pasárselo a lo largo del sexo deteniéndose cuando se acariciaba en la parte superior.

Le metí entero el dedo que trabaja por detrás y dio un respingo permitiéndome sujetarla con menos esfuerzo y más firmeza para que no se le saliera. Acomodamos las posiciones y empezó a descender despacito. Solo dejaba que entrara la punta y volvía a ascender mortificándome. Volvía a bajar y repetía la operación. Yo cada vez más excitado estaba deseando que se hundiera de una vez dejándose caer sobre mi miembro erecto. La presionaba hacia abajo con el brazo libre pero no había manera, ella estaba mejor situada y era más fuerte que yo con sus potentes piernas bien plantadas en el suelo.

Ante la impotencia de no poder doblegarla le mordí el pezón con fuerza y esta vez sí se dejó caer, enterrándose el pene al completo dentro de su caliente cuerpo y empezó a subir y bajar. La animé a que acelerara el ritmo metiendo y sacando con fuerza el dedo de su trasero y eso la animo a buscar su propio orgasmo poniéndome al límite de mi aguante. Al correrse presionó los músculos internos del coño e hizo que me corriera con ella.

Sentí una colleja en la cabeza y abrí los ojos. Allí estaba mi mujer, delante de mí. Con su bata morada de guatiné y el moño color ceniza tan apretado que le estiraba la cara y hacía que se le notasen más los largos pelos negros del labio superior.

Me dijo que me había vuelto a quedar dormido en la mesa sin ponerme el pañal y me había meado en la silla. La miré embobado sin saber muy bien donde estaba y sin dar crédito a la transformación de la mujer ahora estaba a mi lado recriminándome porque ahora le tocaba a ella ducharme.

Qué bonito es soñar a los ochenta y nueve años. Nos hace pensar que la vida ha merecido la pena.


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