—Ella no volverá -dijo con lágrimas en los ojos.
Ella se fue sin dudarlo, sin miramiento. Se alejó de su vida para evitar el dolor llamado amor porque nadie merece sufrir por amor y se negó a seguir soportando la indiferencia y las humillaciones que recibió por aquel torpe inconsciente.
Ahora que la perdió, le pesa el vacío que dejó porque se conformaba con su presencia, no importa cómo o que fueran, sino disfrutar de momentos felices. Ahora solo son recuerdos de un pasado que se fue volando.
Pasaron los días y cada día su nombre se materializaba en su mente. Buscó una y otra vez, tratando de entender. Tratando de ver los errores -Es mi culpa -dijo. Él la alejó y al darse cuenta que no se había dado cuenta un golpe lo sacudió desde lo profundo de su alma.
Su fotografía, el dolor, el vacío, la desesperación por querer fundirse en un abrazo de eses que detienen el tiempo desencadenó un ataque de ansiedad aún más fuerte de aquel que sufrió cuando ella se fue.
Sus ganas se esfumaron, sus fuerzas se rompieron. Su virilidad desapareció, las piernas se doblaron y cayó en la cama. Acababa de sentir el brazo amargo de la depresión y junto con la mochila del arrepentimiento, ejercían un peso demoledor en su alma, incapaz de soportar.
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