Tren - Vuelta a casa.-1

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Viajar en tren hace años era vivir otro concepto del tiempo. Para ir de norte a sur o viceversa se llevaba la cesta repleta de víveres porque se hacían en él las tres comidas del día. Salir por la tarde representaba pasar toda la noche y llegar al día siguiente oscureciendo. No ibas en diligencia, pero la necesidad de hacer transbordo o cambio de tren al menos una vez y existiendo una buena diferencia horaria entre trenes, era obligado perder de cuatro a cinco horas en las esperas. En estos viajes te daba tiempo a hacer amigos que te abandonaban tarde o temprano en una estación de transito o en el referido trasbordo obligado. En las despedidas les dejabas escrito tu nombre y dirección para que vinieran algún día a verte. Los padres vigilaban los pasos de las muchachas, no fuera que algún desaprensivo les metiera mano. Las marías se contaban las historias familiares que todos escuchábamos con el mismo interés que oíamos el ruido constante de paso de vía. Compartías con extraños hasta elementos comunes para apoyar la cabeza y echar una cabezadita, no digo nada de tebeos o revistas.

Recién licenciado de la mili, chupado y moreno como un legionario, llevaba el sello de la necesidad a ojos vista, así como un par de bocadillos que debía racionar como pudiera, pero no hacía falta, tan pronto contabas que volvías a casa de la mili, todos te hacían un huequecito porque ¿quién no tenía algún familiar próximo vistiendo el caqui en la otra parte de España? y te ofrecían vituallas a la par que te alejaban de las mozas, por si acaso.

Durante el viaje el departamento del vagón donde estaba oficialmente instalado y donde llevaba la maleta y cuatro bultos más, se llenó de pasajeros unas cuantas veces y se desalojó otras cuantas, de hecho, yo en él paraba lo menos posible, porque lo que me divertía era ir de un lado a otro oyendo a todos e intentando pegar la hebra donde más me interesaba. A media noche opté por ocupar mi asiento para descansar un poco y comprobé gratamente que enfrente estaba sentada la mayor de dos hermanos que también venían para Andalucía acompañados de su tía.

La muchacha que debía estar en los veintitantos años largos estaba adormilada y llevaba apoyada en su falda la cabeza de su hermano que dormía echado a su lado. La ocasión de estar cerquita y pegadito a una hembra (el espacio central entre asientos era reducido) me venía de perlas. Al ocupar mi sitio la muchacha abrió los ojos y los volvió a cerrar al comprobar que era yo. Me quedé un rato mirándola mientas ella ausente respiraba en calma y descansaba sin sobresaltos. Llevaba las piernas entreabiertas cubiertas por una falda que le llegaba a los tobillos. En su postura de abandono ocupaba buena parte de la zona intermedia que compartía conmigo. Como no existía otra estrategia de aproximación me situé en posición de abandono, si bien controlado, ocupando con mis rodillas un mayor espacio del que me correspondía y que me obligaba a situarlas entre las de ella. No tardó la muchacha en sentir mi proximidad e hizo varios intentos de enderezarse para evitarlos, pero termino cediendo, presumo que por comodidad y también por el calorcito que le daba.

Mi proximidad ya no le permitía seguir durmiendo de forma relajada, pero, sin embargo, se mantenía en la misma postura y con los ojos cerrados. La iba observando con disimulo, mientras ella también simulaba estar dormida. La tía que estaba sentada a mi lado roncaba suavemente apoyada la cabeza en una bolsa de ropa situada encima del respaldo del sillón. Entre la muchacha y el señor mayor que se sentaba a su lado, habían colocado a modo de protección una cesta de mimbre que cedida mostraba unas cajitas de carne de membrillo. Fui dejándome ir, metiendo cada vez más mis rodillas entre sus piernas sin que ella hiciera nada para evitarlo, obligando incluso al hermano a modificar su postura para adaptarse a su nueva posición. Me excitaba ver como sus muslos se iban abriendo y como ella era consciente de ello y de mi proximidad. Como el que no quiere la cosa inicio un juego de roces y la muchacha se mantiene quieta no dándose por enterada. Me rasco la rodilla con toda intención y aun siendo ya descarado la muchacha no se inmuta, esta dormida, parece darme a entender, le debe resulta más fácil así. Pongo entonces la mano en la parte exterior de mi rodilla y comienzo a jugar peligrosamente. A través de la fina tela de su falda me llegaba el calor de su piel. Disfrutaba doble pensando que ella también estaba percibiendo mi contacto. A la vez que tomo confianza las caricias se hacen más directas, y sin problema. Con parsimonia voy subiendo su falda hasta conseguir el contacto directo, entonces ella se sobresalta un poco, le permito que se normalice para proseguir y cuando lo hago, aunque la noto algo rígida no me pone ningún obstáculo. Llevo como dos horas desde que inicié la aproximación, pero lo vivo como si fueran diez minutos de lo bien que me lo estoy pasando. Las caricias son ya más manifiestas y me regodeo sintiendo el efecto que voy produciéndole. Se va entregando poco a poco y cada cesión suya la aprovecho a tope. Cuando por último se adelanta hacia mí y me permite llegar a sus bragas de algodón, ya no tengo otra idea que la de ponerla a punto para llevármela afuera. Tiene las bragas empapadas y no pone reparos para que alcance su coño. Le doy unos buenos roces y sin más le cojo la mano y tiro de ella suavemente, se resiste en principio, pero cuando me levanto para salir, sitúa delicada la cabeza del hermano en la toalla en la que tenía apoyada la cabeza, mira a los demás que siguen dormidos y me acompaña. No mediamos palabras, la cojo con soltura por la cintura y me la llevo a un compartimento vacío del siguiente vagón. La muchacha no me ha mirado en todo este rato y lleva la cara hacia abajo, está muy caliente, pero es tímida de cojones.


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