Repartiendo guías telefónicas

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Aunque parezca mentira hoy día, hace años no había internet y la Telefónica de España, único operador entonces de telefonía fija, repartía guías con los teléfonos de los todos los asociados a los clientes en su domicilio. Había dos tipos, la de páginas blancas con los números de teléfono de los particulares y otra con las páginas amarillas donde se anunciaban las empresas por sectores industriales.

Había acabado el curso y tenía tres meses de vacaciones por delante, pero sin un duro para gastar, así que por medio de un amigo conseguí un trabajo para repartir las guías a domicilio durante dos meses y el tercero, ya con dinero, marcharme a la costa.

Salíamos a las nueve de la mañana en grupos de seis, un conductor y jefe del equipo y cinco machacas que éramos los que cargábamos el vehículo con las nuevas y una vez repartidas teníamos que cargarlo con las viejas que íbamos amontonando en los portales.

Nuestra zona de reparto eran los aledaños de la Gran Vía de Madrid y entre otras calles la de Fuencarral, al lado de la calle de la Ballesta que entonces era la zona por excelencia de Madrid de clubs, barras americanas y prostitutas callejeras. Todo eso ya ha desaparecido prácticamente y los locales se han convertido en restaurantes, siendo hoy un referente como zona de ocio.

Descargamos las guías en los portales y después cada uno a su zona de reparto. Me tocó un edificio muy grande con oficinas en las dos primeras plantas y apartamentos en las superiores. En cada planta había por lo menos veinte viviendas repartidas en dos pasillos, uno a derecha y otro a izquierda de los ascensores.

Creo recordar que era en la cuarta planta el número seis, de eso estoy seguro. Cuando llamé me abrió una señora rubia mal teñida porque se le notaban las raíces canosas y negras. Vestía una especie de bata cruzada con encajes y medio transparente. A través de la tela solo destacaban unas bragas negras tipo tanga muy subidas en las ingles. Me quedé cortado al verla medio desnuda y me pidió que la ayudara a coger las guías viejas porque las tenía encima de un armario y había que subirse a una silla para cogerlas. No era la primera vez que entraba a un domicilio a ayudar al cliente, sobre todo cuando eran personas mayores.

Entré en la vivienda detrás de ella y cuando pasó por delante de una ventana hizo trasluz y vi su silueta como si estuviera desnuda. Era una mujer grande con caderas anchas y unos tremendos pechos gordos y caídos. Le calculé unos cincuenta años. Una vez en la habitación, con más luz, pude ver sus pechos coronados por dos pezones oscuros y grandísimos a través de las transparencias de la bata.

Me dijo dónde estaban las guías encima de viejo armario y me señaló una silla para que me subiera. Cogí las guías y al dárselas antes de bajarme se acercó a la silla. Desde arriba veía gran parte de los pechos por el escote de la bata y confieso que excité. A mis diecinueve años ya había estado con chicas y había follado muchas veces, pero nunca había visto semejantes tetas y la semi desnudez aumentaba el morbo.

Se dio cuenta de la presión de mi polla sobre los pantalones a la altura de la bragueta y mirando hacia arriba buscó mis ojos. Mirándome fijamente se abrió la bata y dejó aquellos melones al aire. Se cogió los pezones con las manos y me los restregó por polla diciéndome que cada pecho era más grande que mi cabeza y no lo puse en duda.

Por fin me cogió las guías y las dejó sobre la cama ordenándome prácticamente que no me bajara de la silla. Se acercó otra vez a la silla, se quitó la bata y me agarró la polla por encima del pantalón acercando la boca para presionármela con los dientes. Cortado y sin saber que hacer me quedé quieto mientras me la sacaba del pantalón y se la metía en la boca.

Tenía una maestría con la lengua que nunca había conocido. Me hacía círculos en el capullo y luego se la metía entera, dejándola resbalar por la garganta y sacando la lengua por debajo para lamerme los huevos. Confieso que me corrí enseguida y ni siquiera caí en la cuenta de sacársela o al menos avisarla, pero ella no le dio importancia y dejó que el semen resbalara de sus labios a los pechos.

Tiró de mi mano y me bajé de la silla. Me aplastó literalmente la cabeza entre las tetas y me la rodeó quedando enterrada entre aquellas dos moles de carne.

Me dijo que le mordiera los pezones con fuerza y tirara. Fue increíble como aguantaba los mordiscos y los tirones que le daba mientras ella se ocupaba del pezón libre estirando con las uñas y retorciéndoselo. Dos veces me pidió que tirara más fuerte y las dos la hice caso, mordiendo con ganas para que no se me escaparan al estirar.

Se bajó las bragas y empezó a masturbarse con mi mano. Aquella cueva era grandísima y estaba empapada. Sin ningún esfuerzo se introdujo la mano entera y empezó a follarse a sí misma como como si fuera una polla, entrando más allá de la muñeca. Se corrió y al sacarse mi mano empezó a salir gran cantidad de líquido blanquecino.

Cogió de un cajón varios consoladores. Me puso un condón con la boca y se tumbó boca arriba abriéndose de piernas. Me dijo que se la metiera en el culo mientras ella se metía un descomunal consolador en el coño y que le estrujara las tetas con las manos mientras la daba por culo. Se corrió retorciéndose entre gritos, el morbo pudo conmigo y me corrí.

Me preguntó si quería chuparle el chocho, pero la verdad es que no tenía una pinta apetecible porque era como una cueva con manantial incluido y rodeada de largos pelos rizados que le llegaban al ombligo. Me quitó el condón, me limpió con una toallita húmeda y me puse los pantalones.

Me acompañó desnuda y chorreándole el coño hasta la puerta y me dio cinco duros de propina. Antes de salir apareció otra mujer madura con cara de acabarse de despertar y le preguntó si ya se había follado a otro adolescente y añadió que era una mala puta viciosa.

Ahí acabó mi primera experiencia con una profesional y la única vez que me han dado propina por follar con ellas.


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