Día uno

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Día uno

El bólido rompió el horizonte con su vacilante movimiento. La punta de una varita mágica, el resplandor de un faro, la incandescencia de una bruja… Es difícil describir su brillo hipnótico.

Bajó lentamente y se posó allá, en la punta del cráter muerto. Ahí se quedó, titilando en la soledad de este rincón sideral.

Tres soles después-guiado por su luz intermitente-, logré llegar a la cima.

Y la vi por vez primera, con el traje tornasol ceñido al cuerpo y la cabellera flotando dentro de la propia gravedad creada dentro de su casco. Estaba ajustando algunos cables de la nave.

-¿Humano?- preguntó con un gesto claro de desconfianza, apuntándome con su láser intergaláctico-.

-No estoy seguro –respondí sinceramente.

-¿Qué podría estar por aquí que no sea humano? –cuestionó, aun apuntándome.

-Tú, por ejemplo –dije. Y me quedé callado. Ella me barrió con la mirada y descansó su posición amenazante.

-¿Cuántos días llevas viviendo solo?

-Uno, siempre es el día uno –acerté a decir-. Prefiero imaginar que soy la génesis de algo y no el resto único de una extinción masiva.

Me miró con una compasión extraña antes de pedirme: vuelve mañana.

Después de aquel encuentro no hubo día alguno en que no intercambiáramos información sobre nuestras especies.

Aprendí, por poner un ejemplo, sobre el exoesqueleto de la luna, y ella sobre la nula lógica humana al decidir vender agua embotellada.

-Sería difícil encontrar similaridad tan tonta en el universo –se burlaba. No me importó, porque era cierto. Y porque aún hoy pagaría con mi vida para seguir escuchando el ritmo melodioso de su voz mientras reía.

Día tres mil sesenta y ocho

Una explanada accidentada, llena de restos bélicos y oxidados se imponía ante nuestros ojos.

-De dónde vengo –aseguró al momento de quitarse el casco- lo que ha pasado entre nosotros, y que sólo sabemos nosotros, se llama sincronización. Un estado físico, mental, químico, elemental, que une a dos seres. ¿Qué nombre tiene por aquí?

-Amor –respondí sin dudarlo.

-¿Amor? Amor –dictó al dispositivo intergaláctico en su muñeca izquierda.

Sin resultados –respondió su interlocutor artificial.

-Búsqueda profunda: amor –insistió ella.

Sin resultados –repitió aquella cosa después de unos segundos.

-Es una palabra nueva –dijo, mirándome fijamente-.

-No es una palabra –le dije- es, mira…

Acerqué su mano violácea a mi palpitar acelerado. Frotó mi pecho sin abrir los ojos y su expresión se volvió confusa.

Retiró su mano con la inmediatez con la que se aleja la piel de la brasa ardiente. Se colocó el casco.

-Encender reactor –ordenó a su asistente electrónico-.

-¡Puedo contarte –supliqué-no te vayas! Puedo explicarte.

Me hizo señas para que no me acercara y me dejó ahí. Partió como Quetzalcóatl aquella tarde. La vi alejarse por vez primera, me quedé observando su rastro perderse en el firmamento.

A partir de ella los días dejaron de ser el día uno, porque entendí que no era yo la génesis de algo, sino el resto único de una extinción masiva.

Día cinco mil treinta y cuatro

El bólido rompió el horizonte con su movimiento seguro. La punta de una varita mágica, el resplandor de un faro, la incandescencia de una bruja… es fácil describir su brillo hipnótico.

Bajó rápidamente y ubicó mi posición sobre la explanada.

Aterrizó entre los vapores inoloros. Abrió la compuerta y la vi llegar por vez segunda, con el traje tornasol ceñido al cuerpo y la cabellera agitándose al ritmo de la gravedad terrena.

-Humano- dijo con un gesto claro de confianza. No portaba su laser intergaláctico-.

-Eso soy –respondí sinceramente.

-Solo regresé por aquí para saber cómo es el amor –aseguró-.

-¿Sentías que algo te estorbaba en el pecho? –le pregunté. Asintió con la cabeza.

-Pues es eso –confirmé-.

Entonces nuestra soledad fue desde ese momento un artefacto en desuso, un armatoste descontinuado…

Día Uno

A partir de su regreso todo restauró su orden para volver a ser el día uno, la génesis compartida de algo.

Estábamos revisando los planos de la casa en construcción, esto por aquí, eso por allá, aquello sí, esto no. Reíamos y comíamos bayas del bosque antiguo, pero sin avisar, una voluntad omnipotente en otro espacio-dimensión decidió que era hora de reclamarla, ahí mismo:

Ella se apagó… Su índice quedó fijo, y todo su cuerpo inamovible, señalando el lugar que ocuparía la terraza. Como en las películas cuando las pausas.

Y otra vez me quedé callado, retirando de su rostro el cabello que aún volaba con el viento.

Mañana empezará a correr de nuevo el tiempo. La coloqué en una balsa improvisada que se perdió en el río. Ahí se fue, hace un momento.

La vi alejarse por vez última, con el traje tornasol ceñido al cuerpo y la cabellera flotando al ritmo del agua y su caprichoso movimiento.


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