EN EL PARQUE DEL RETIRO

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Había quedado con mi amiga Susana para dar un paseo. Era primavera avanzada y la temperatura agradable. Decidimos que el Retiro era un buen sitio para dar una vuelta y tomar algo en cualquiera de los quioscos con terraza. Además, estábamos a menos de cinco minutos andando.

Ella acababa de venir de Berlín donde había estado trabajando con una beca en un proyecto para la Unión Europea que había durado más de un año. Había venido a Madrid algún fin de semana que había dedicado a la familia y no la habíamos visto desde que se marchó.

Había cambiado físicamente y estaba preciosa. Me pareció más delgada y más rubia que la última vez que la vi, destacando unos ojos verdes en los nunca me había fijado. Cierto es que con falda corta y una camiseta ajustada, todas las mujeres parecen más atractivas.

Chalamos sobre sus experiencias en Alemania y me contó que la vida allí era muy distinta a la de Madrid. En invierno hacía mucho frío y llovía casi siempre por lo que las reuniones con los amigos casi siempre era alguna casa y pocas veces en los bares.

La había sorprendido el ambiente liberal que reinaba en todas partes, en contra de la idea que tenemos de los alemanes, fríos, serios y cuadriculados. El grupo de compañeros de trabajo estaba formado por gente de casi todos los países comunitarios y vivían en pisos compartidos muy grandes. Ella había vivido en uno con cuatro habitaciones con otras tantas chicas.

Había tenido un rollo con una de las compañeras de piso que la llamó la atención desde el primer día que la conoció al llegar y les tocó vivir en el mismo piso. Era un edificio del estado y vivían todos allí, repartidos en las distintas viviendas. Había un patio central entre los distintos portales que solía ser el centro de reunión de todos al estar habilitado con calefacción, mesas, sillas y unas neveras con refrescos y mucha cerveza, la bebida nacional alemana.

Hasta entonces nunca había tenido sexo lésbico salvo los juegos de adolescente con alguna compañera de clase en el colegio. Se sintió atraída desde el primer momento que la vio y se excitó la primera vez que estuvieron solas en el salón de la casa. Era la primera noche que pasaba en Berlín.

Estaba leyendo el programa de trabajo sentada en un sofá cuando apareció la checa en ropa interior y el aparato de calentar cera para depilarse. Lo conectó a la corriente y esperó a que se calentara. Empezó por las axilas y se estremeció cuando dio el primer tirón como si fuera ella misma la que estaba sufriendo. Las lágrimas estaban a punto de brotar de los ojos de la chica por el dolor.

Siguió con las piernas y finalmente se quitó las bragas para depilarse el pubis. Lo primero que le llamó la atención fue el piercing que le atravesaba el clítoris de arriba a abajo. La checa la vio observándola y estiró de el hacia arriba arrastrando la carne mientras la miraba a los ojos.

Le preguntó si nunca había visto un piercing en el clítoris y contestó que era la primera vez y pensaba que debía ser muy doloroso al ponérselo, aparte de incomodo al llevarlo siempre puesto. Desenroscó la bolita de arriba y se lo quitó para volver a ponérselo después diciendo que era de quita y pon, aunque siempre lo llevaba puesto porque la hacía sentirse más atractiva y sexy para ella misma.

Le enseñó los pechos con ambos piercings atravesando sus pezones y estiró ellos desplazando los pezones hacia arriba. Dijo no ser doloroso y que facilitaba mucho la labor en determinadas ocasiones, tanto en compañía como a solas.

La invitó a tocarlos y Susana no lo pensó. Al principio estiró solo un poco y con cuidado hasta que la otra le dijo que tirara con fuerza y para demostrarle que no pasaba nada estiró ella misma brutalmente hacia afuera que pensó que se los iba a arrancar, cerró los ojos y empezó a gemir, solo entonces soltó.

Aquello excitó a Susana y agarró ambos apliques tirando cada vez más fuerte a medida que veía como se excitada la checa, que poco tardó en meterse una mano entre las piernas y estirar ella misma del que tenía en pubis. Cuando empezó a mover las caderas hacia los lados Susana supo que se iba a correr. Lo hizo escandalosamente y al acabar se quedó tirada en el sofá.

Susana soltó las presas de sus manos y se quedó mirándola sin dar crédito a lo que había pasado. Estaba mojada entre las piernas. La checa se incorporó y sin decir nada se arrodilló delante se Susana, le subió la falda y le quitó las bragas para meter la lengua en su sexo. Solo pudo disfrutar un momento del cálido orgasmo que empezó a recorrerle el cuerpo y estalló como hacía mucho tiempo que no la ocurría. Aquella noche durmieron juntas por primera vez en la misma cama y fue una interminable noche de sexo.

Se quedaron dormidas cuando amanecía y se levantaron bastante tarde. Cuando salió de la habitación la checa aún dormía y se encontró en la cocina con las otras dos chicas que compartían la casa. Ninguna dijo nada como si fuera lo más normal del mundo.

Fue la checa quien la acabo de convencer para que se pusiera piercing en los pechos. Los mismos que Susana me dijo que tocara ahuecándose el escote de la camiseta. Metí la mano dentro del sujetador y acaricié su pezón al tiempo que comprobaba que estaba atravesado. Me instó a que estirara para que notara la sensación que se sentía y al hacerlo me empalmé.

Fue allí, justo detrás del Palacio de Cristal. Tumbados en la hierba le levanté la camiseta y desabroché el sujetador para chuparla los pechos. Al principio despacio pero pedía más. Encajé los piercings por detrás de los dientes y estiré al tiempo que pasaba la lengua en círculos por la punta. Me sorprendió lo poco que tardó en correrse.

Me bajó la cremallera del pantalón y me sacó el pene. Empezó a succionarlo entre los labios haciendo círculos sobre el capullo con la lengua. Avisé que me iba a correr y se encogió de hombros, lo que interpreté como que no le importaba. Me tensé y descargué.

Sacó un pañuelo de papel y escupió mi semen. Después se la metió en boca y la limpió con la lengua, volvió a escupir en el pañuelo. Nos incorporamos y nos fuimos tomar unas cervezas a una terraza.   


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