-Es impresionante que ni para llorar sirvas –me dije viéndome al espejo.
“Estoy harta de ti, ¿con qué derecho sigues despertando cada día? Tú y yo sabemos que tu presencia no suma ni resta, es totalmente irrelevante. Ya, ríndete, aquí no encajas. ¿No estás harta de esforzarte tanto? Igual no llegas a ninguna parte. Vas por el mundo excusándote por cada acción como si no tuvieras la culpa de todo lo que provocas, hazte responsable de tus platos rotos o, por favor, no hagas nada. No salgas, no te levantes, no pienses, no respires… Lo anhelas, lo deseas, haz algo bien y cumple con lo último; nos harías un favor a las dos, porque ya me harté de ti y tus estupideces. ¿Quieres morirte, querida? No sé qué esperas, tal vez la gente tiene razón diciendo que sólo quieres llamar la atención cada que te tomas una cartera de pastillas. Tú y yo sabemos que eso no nos va a matar, pero lo hacemos. Somos un fiasco. Sube al último piso de lo que sea y lánzate, sólo entre sangre y huesos retorcidos vamos a encontrar paz. Pero es que a ti te gusta estar jodiendo, ¿verdad? No nos dejas morir, pero tampoco nos dejas vivir, te vas a encargar de hacer la existencia más pesada todos los días, te vas a seguir esforzando en hacer miserable cada segundo que pase.
Te odio, y odio más que seas más fuerte que yo. Eres un maldito parásito que se me prendió hasta el alma y que me ha hecho olvidar lo que es ser yo misma. Me he convertido en ti, en tus horribles modos y nulas motivaciones.
Un día tomaré el valor y me voy a deshacer de ti, aunque eso me mate a mí también.
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