MALDITO CRIO

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Vivo en una colonia de casas antiguas cerca del Retiro, en Madrid, con mi marido y mi hija de catorce años que nació cuando yo tenía ya cuarenta años. El ginecólogo me dijo que no podía tener hijos y evidentemente se equivocó.

En la vivienda contigua viven unos vecinos que con el pasó de los años hemos llegado a tener una cierta relación de amistad y de vez en cuando salimos juntos a cenar, incluso hemos compartido alga vez vacaciones en la playa.

Celebraban el veinte cumpleaños de su hijo Manuel y nos invitaron a tomar una copa en su casa esa noche. Cuando llegamos nos abrió la puerta el cumpleañero, mi marido le dio un abrazo y yo le di un beso. Al principio creí que había girado la cara accidentalmente y nuestros labios coincidieron momentáneamente. Se disculpó cortésmente y le sonreí sin darle importancia.

Estábamos sentados en el salón cuando se levantó a traer hielo y al volver se sentó a mi lado y junto su muslo al mío. Era más de treinta años menor que yo y tampoco le di importancia, era un crío a mí lado. Al marcharnos nos acompañó a la puerta y me dio un beso de despedida pasándome el brazo disimuladamente por la espalda y retirándolo cuando casi alcanzaba las nalgas. Me sorprendió tanta cordialidad, sobre todo en un chaval tan poco sociable como él.

Dos días después, mientras hacia el cuarto de mi hija, caí en el detalle de que la terraza de su habitación quedaba justo enfrente cuando le vi salir de la ducha desnudo y con las puertas abiertas. Me preocupó que mi hija pudiera verle en alguna ocasión y era un peligro para una adolescente empezando a descubrir el mundo.

Al día siguiente le comenté que le había visto salir de la ducha con la puerta de la terraza abierta y la ventana de la habitación de mi hija Clara quedaba justo enfrente. Me dijo que tendría cuidado cuando Clara estuviera en casa. No era esa la respuesta que esperaba y me quedé pensando que pretendía. Lo lógico hubiera sido decir que tendría cuidado de cerrar las puertas cuando se fuera a duchar o cambiarse de ropa.

Al día siguiente le vi llegar de correr sobre la misma hora, me picó la curiosidad y me fui a la habitación de Clara a observar. Se desnudó con ventana abierta y se metió en la ducha. Al acabar se paseó por la habitación desnudo y para mi sorpresa empezó a masturbarse.

Sin poder retirar la vista asistí a todo el proceso, desde que empezó a tocarse hasta que se corrió. Me sentí incomoda por observarle y por su exhibición después de lo que habíamos hablado. También me sentí un poco excitada por lo que había visto.

Volví a hablar con él y me dijo que a esa hora mi hija estaba en el colegio y era imposible que le viera, distinto era que me gustara asomarme a la ventana y observarle. Le reprendí por la grosería y me contestó que me había visto espiándole mientras se hacía una paja. Me dejó cortada y mi cara debió de cambiar de color.

Unos días después volví a verle al llegar de correr y repitió la misma escena solo que en esta ocasión lo hizo antes de ducharse con el cuerpo cubierto de sudor. También yo empecé a sudar, por razones distintas, al ver el cuerpo reluciente y la cara de gusto que ponía. Me coloqué a un lado de la ventana para que no me viera y seguí observando. En esta ocasión se masturbó con las dos manos y sus gestos eran más exagerados que la vez anterior, seguro de que le observaba. Como estaba sola en casa no había peligro de que alguien entrara en la habitación y me sorprendiera, así que me puse la mano sobre mi pubis y me empecé a acariciarlo. Cuando vi salir disparados chorros de semen me corrí fantaseando que me caían en los pechos.

No soy, mejor no era, de estimularme sola frecuentemente. Mis relaciones con el sexo se reducían a los sábados. A veces si salíamos por la noche a cenar y tomar una copa después nos lo saltábamos hasta el sábado siguiente. Unas veces lo pasaba bien y otras me aburría masturbando a mi marido hasta que se corría sin haber sido capaz de disfrutar. Solo en estas ocasiones me masturbaba a solas en el servicio.

Estar pendiente de cuando llegaba de correr se convirtió en un hábito. Subía a la habitación de Clara y le espiaba para verle desnudarse y excitarme con la esperanza de verle masturbarse, porque no siempre lo hacía y entonces me sentía frustrada y sin ganas de aliviarme. Siempre que no lo hacía se asomaba a la terraza desnudo y sonreía mirando hacia a la ventana de Clara.

Los hábitos y la ansiedad nos hacen bajar la guardia y un día me quedé en medio de la ventana mirando como se hacía una paja mientras me miraba. No fui consciente hasta después de correrme y muerta de vergüenza cerré la ventana.

Los dos días siguiente me privó de mi visión matinal cerrando las puertas para que no le pudiera ver. Consciente de que lo hacía a propósito me sentía avergonzada y pensé en cómo reaccionaría cuando me le encontrara cara a cara.

Al tercer día pasó de largo su casa y se paró delante de la mía. Tocó al timbre y dude si abrir o no y que pensara que no estaba en casa. Fue inútil porque siguió insistiendo hasta que abrí. Me dijo que el agua en su casa estaba cortada por un grifo que perdía y estaban esperando al fontanero para repararlo. Me pidió permiso para ducharse y no me negué, aunque la razón me pareció peregrina.

Le acompañé al aseo y cerré la puerta pensando que estaba detrás desnudo y aprovecharía que estaba en mi casa para masturbarse por puro morbo. En esas estaba cuando abrió la puerta en pelotas y me pidió una toalla. Me quedé como hipnotizada mirando el pene erecto cuando me cogió la mano y se la puso encima. Me la cerró sobre el pene y empezó a masturbarse con mi mano.

Cuando notó que ya era yo quien le masturbaba sin su ayuda me abrió la bata y me dejó la ropa interior a la vista. Sus manos fueron directas a mis pechos y empezó a magrearlos. A partir de ahí solo deseaba que me poseyera como fuera, me daba lo mismo. Solo quería correrme entre sus brazos.

Me bajó un poco las bragas, metió el pene entre mis muslos y empezó a moverse. Cuando mis fluidos empezaron a mojarle se retiró y me llevó al salón. Me desnudo completamente y se tumbó encima. Me chupó los pechos mientras frotaba su pene a lo largo de mi pubis y me puso al borde del orgasmo. Fui yo quien le pidió, por favor, que me la metiera.

Entró poco a poco haciéndome sentir cada centímetro dentro hasta nuestros pubis se juntaron. A partir de ahí envistió como un animal hasta que me corrí. Me la sacó y se tumbó en posición del sesenta y nueve.

Me quedé paralizada porque nunca lo había hecho con mi marido y a lo más que habíamos llegado ere que yo se la había chupado antes de penetrarme. Pretendía que se la chupara después de habérmela metido y no dudé si sería capaz.

Todas las dudas desaparecieron cuando el empezó a chuparme. Pasaba la lengua por el clítoris y después me lo absorbía. Me metí el pene en la boca y empecé a chuparle como si no hubiera un mañana sin ser muy consciente de que, si seguía así, acabaría corriéndose.

El segundo orgasmo llegó sin esperarlo y me sentí en el cielo. Fue entonces cuando empezó a follarme la boca y se corrió. No hice nada por sacármela y saboreé el semen mientras lo tragaba.

Nos incorporamos y me dijo que llevaba pensando en lo que acababa de ocurrir desde la primera vez que me vio espiándole desde la ventana. A partir de entonces cada vez que se hacía una paja pensaba en mí y más valor le daba a decidirse.

Follamos una vez más antes de irse y a partir de entonces viene a casa dos o tres veces por semana a ducharse.


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