El día del adiós definitivo

Un día te vi a los ojos y supe que no te amaba mucho más, yo estaba enamorada de tu versión del pasado, no de lo que eras ahora. Sabía que era hora de dejarte ir, pero yo esperaba despertar un día y encontrarme con la persona de quien realmente me enamoré, no contigo, no de ti.

Me pesó en el alma, no podía creer que había dejado de amarte y sentía que había fallado a esa promesa que nos hicimos bajo las estrellas de amarnos eternamente sin importar nada, pero es que yo no esperaba que la vida fuera a dar tantas vueltas. La vida los agitó tan fuerte que nos hizo soltarnos de la mano y, para cuando pude sostenerte de nuevo, algo había cambiado no sólo en ti, sino en mí también.

Nuestro amor sincero, desenfrenado y transparente; yo te amé tanto como pude y me encargué de hacértelo saber cada segundo de nuestra compartida existencia y sé que tú hiciste lo mismo incluso en los malos ratos; por eso fue tan difícil aceptar que de un día para otro todo había cambiado para nosotros y descubrir que la vida ya no estaba a nuestro favor.

Sufrimos, mi amor, sufrimos como nunca. En un momento creímos que nunca íbamos a superarnos, que no encontraríamos a nadie más que igualara lo que habíamos construido, nos juramos que no amaríamos jamás a nadie con tal intensidad… pero pasó, un buen día tus ojos vieron a alguien más y los míos a otra persona. Hablo por los dos y sé que tuvimos miedo, que probablemente no queríamos abrir el corazón de nuevo, pero siempre fuimos inteligentes y arriesgamos todo por un nuevo amor. Hoy sabemos que nada es para siempre, que nuestras promesas se quedaron estancadas en el tiempo, pero siempre recordaremos nuestro amor con calidez suficiente como para no buscarnos de nuevo.