UN AMOR DE CLIENTE VIRGEN

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Me casé a los treinta y ocho años locamente enamorada de mi marido. Gozábamos de una situación acomodada económicamente gracias a su trabajo y durante dos años fui la mujer más feliz de la tierra.

Dos años después de mi matrimonio me quedé embarazada de las mellizas, dos preciosidades a las quiero más que a mi propia vida y por las que fui capaz de dedicarme a la prostitución para poder sacarlas adelante.

Un año después de nacer mis hijas mi marido nos abandonó con una simple nota en la que decía que no le esperara porque no pensaba volver. Indagando me enteré qué había dejado el trabajo y me fue imposible encontrar su rastro, ni siquiera la policía consiguió dar con él cuando puse la denuncia. No es que quisiera que volviera, pero teníamos dos hijas a las que había que mantener.

Intenté encontrar trabajo sin ningún resultado positivo. Antes de casarme trabajaba de secretaria del director de una pequeña fábrica de encurtidos y mi experiencia laboral de nada me sirvió.

Sin ninguna fuente de ingresos y desesperada por las deudas con todos los conocidos que se prestaron a ayudarme, no encontré otra salida que dedicarme a la prostitución. Trabajaba en una casa con otras tres mujeres más jóvenes que yo y la madame, la dueña del piso, se ocupaba de los contactos y la publicidad del negocio en la prensa.

Cobrábamos los servicios por debajo de los precios del mercado. La dueña decía que aunque trabajáramos más el rendimiento al final era positivo. Esa circunstancia puede dar una idea del tipo de clientes que teníamos, gente mal encarada que nos usaba como si fuéramos basura en vez de mujeres para apaciguar sus frustraciones personales. Algunos hasta se creían con derecho a maltratarnos físicamente por puro capricho.

Era un martes por la tarde cuando aparecieron en la casa tres chicos solicitando servicios. Uno era demasiado joven, tanto que la madame le exigió el carnet de identidad para dejarle entrar. Ellos decidieron con que chica querían pasar a la habitación y por eliminación solo quedábamos él jovencito y yo. Me acerqué a él y cogiéndole de la mano me lo llevé al cuarto.

Estaba muy nervioso y cuando me quité la bata y me quedé en ropa interior bajó la mirada al suelo. Me molestó que me hubiera tocado lidiar con un chaval tan joven, posiblemente virgen. Ya no había vuelta atrás, así que me armé de paciencia y me puse a la tarea para acabar lo antes posible.

Me senté a su lado en la cama y le levanté la cara haciendo que me mirase, se puso colorado. Empecé a desabrocharle la camisa y le acaricié el pecho notando como se le contraían los pezones. Su reacción fue cogerme un pecho, más porque pensó que era lo que tenía que hacer que por su propio placer, y empezó a estrujarlo llagando a hacerme daño.

No le dije nada y le acaricié más despacio. Entendió que esa era la forma de cómo había que acariciar unos pechos de una mujer y empezó a imitarme. Apoyé la mano sobre su pene y dio un respingo, la retiré y volví a hacerlo, esta vez lo aceptó sin sobresaltos.

Le dije que se relajara, que cerrara los ojos y disfrutara de las sensaciones que le proporcionaban mis caricias. Se tranquilizó bastante y me miró a los ojos por primera vez de motu proprio. Cambio la mano de pecho y aproveché para soltarme el sujetador. Cuando tomó contacto lo hizo sobre la piel desnuda. Le llamó la atención cuando el pezón reaccionó y se me puso de punta. Con dos dedos lo acarició despacio y eso le tranquilizó aún más.

Le pasé la lengua por el pecho y me detuve en los pezones haciendo círculos mientras le desabrochaba el pantalón y le cogía el pene por encima del calzoncillo, estaba totalmente flácido. Le acerqué un pecho a la boca y empezó a chuparme el pezón como un niño pequeño.

Aquel servicio podía hacerse eterno si no me ponía manos a la obra para hacer que se corriera así que empecé a maniobrar para acelerarlo. Le quité la camisa y le recosté en la cama poniéndome sobre el él para que notara mis pechos aplastarse contra su cuerpo, le saqué el pene y los testículos de los calzoncillos y los acaricié. Nada, aquello seguía muerto.

Me levanté y le desnudé por completó, era evidente su turbación al verse desnudo delante de una mujer. Fui bajando con la lengua por su pecho hasta que tuve su cosita a la vista. Me la pasé por la cara y pareció que reaccionaba algo así que abrí la boca y le envolví el capullo. Vaya si reaccionó, empezó a crecerle mientras le pasaba la lengua haciendo círculos.

Por fin parecía que aquello iba a funcionar. Sin dejar de chuparle me quité las bragas y sin que se diera cuenta me apliqué lubricante y le dije que me tocara el pubis. Al notarlo resbaladizo empezó a pasar un dedo de arriba abajo y le dije que estaba tan mojada por lo que me excitaba estar él. Aquello parece que le hizo sentirse un hombre y le dio confianza.

Retiré la boca de su pene para ver si perdía consistencia y al comprobar que seguía la erección me senté sobre él apoyando mi sexo sobre el suyo y empecé a balancearme. Ahora sí que era una polla empalmada de verdad.

Le puse un condón con la boca y volví a la misma posición. Me la puse sobre la entrada de la vagina y empecé a descender muy despacio para que me la metiera poco a poco. Más por instinto que por sabiduría, empezó a moverse buscando más contacto y aproveché para metérmela entera. Abrió mucho los ojos cuando notó los pubis juntos y fue consciente de que estaba totalmente enterrado dentro de mí. Empecé a subir y bajar sobre él y noté la expulsión del semen golpeando dentro del condón.       

Le saqué de mi interior, se la limpié con un pañuelo de papel y le acaricié el pecho. Me dijo que le había encantado y quería repetir. Le dije que el tiempo ya se había acabado y para corroborarlo sonaron unos golpes en la puerta avisándonos de que era la hora de acabar.

Me dijo que me pagaba otro servicio y no sé porque me enterneció ser la primera mujer con la que follaba. Le dije que teníamos que esperar un poco a que se repusiera y que la tarifa era un poco más elevada y estuvo de acuerdo. Me contó que nunca había estado con una mujer y había ido allí por la presión de su hermano y su primo. Había cumplido los dieciocho años hacia dos meses e insistieron que no podía seguir siendo virgen.

Diez minutos más tarde empezó a empalmarse y le pregunté si quería ver un sexo de mujer de cerca. Se mostró encantado y me abrí de piernas con las rodillas dobladas sobre la cama para darle una buena visión. Empezó a tocarlo y a meter los dedos, le dije que podía pasar la lengua si quería y se lanzó a comerlo. Le dije que lo hiciera más despacio para disfrutarlo más, como si se estuviera comiendo un helado. Obediente se aplicó como si fuera un buen amante que se preocupa de tu placer por encima de su propia satisfacción.

El condenado crio me estaba llevando al orgasmo y le dije que si quería se girara encima de mí y se la chupaba mientras él seguía chupando mi sexo. Estaba tan al borde de correrme que ni me acordé de ponerle el condón y cuando reaccioné ya la tenía dentro de la boca, me llagaba a la garganta y había empezado a balancearse.

Su propia excitación hizo que aplicara la lengua enérgicamente sobre mi clítoris y estallé en un orgasmo que no había vuelto a sentir desde que me abandonó mi marido. La presión que ejercí sobre su polla le hizo correrse e inconscientemente me tragué el semen, seguí apretándosela contra el paladar hasta que se vació completamente.

En mi profesión es muy raro que ocurran estas cosas, sin embargo, a veces ocurre.


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