Verano, cuatro de la tarde. El viejo se arreglaba en su habitación con traje de domingo, vive con su hija, una mujer madura, separada, con varios hijos.
Jacinto, el viejo, metía en una maleta las prendas necesarias para varios días. No hacía ruido para no despertar de la siesta a la familia. Tiró la maleta por la terraza de un primer iso y sigilosamente salió de la casa.
La estación estaba a un kilómetro de la casa y con fatiga caminó para coger el autobús que lo llevaría a la capital.
Con el dinero de la pensión buscaría una prostituta para encamarse varias horas. Las putas sabían manipular su cuerpo viejo y maltrecho, hacerle delirar casi sin respiro. Se olvidaría de los pañales que su hija se empeñaba en ponerle.
Con un suspiro profundo, lo que se dice un estertor, dejó de respirar.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales