Benjamín Arbelloa apoya la taza de café al lado de la máquina de escribir y prende un cigarrillo. Su pensamiento se encuentra parado en la orilla de un río caudaloso, en cuyas aguas turbulentas van dando tumbos sus pensamientos. En la otra orilla lo espera el último capítulo del cuento que está escribiendo. Da una larga bocanada al cigarrillo, bebe otro sorbo de café y abre la gaveta del escritorio, de donde saca la hoja correspondiente al final del cuento; y se pone a releer el último párrafo.
"Detrás de los tachos de basura, el matón a sueldo oyó los pasos de sus perseguidores. Asomó la cabeza: las sombras de los dos hombres, alargadas por los faroles de la avenida, se proyectaban, amenazantes, sobre el callejón. Una rata pasó por encima de su zapato izquierdo y se escabulló entre los esqueletos de unos cajones de verdura: "Si yo fuera una rata...", fantaseó, sin concluir la frase".
"Las tipos pasaron cerca, sus sombras ya empezaban a trepar como reptiles fantasmales por la pared del fondo. Con gesto mecánico e inconsciente llevó una mano al bolsillo de la chaqueta donde debería estar la pistola, pero no estaba. Ya lo sabía, pero incluso así volvió a preguntarse dónde se le habría caído. Enseguida se dio cuenta de la inutilidad de la pregunta. La pistola no existía más, los dos hombres ya estaban encima suyo y no tenía nada con qué hacerles frente; y para peor él no era aquella rata que acababa de pasar sobre su zapato".
Benjamín termina el café, aplasta la colilla del cigarrillo en el cenicero y mira una vez más la hoja en blanco ya instalada en la máquina de escribir, que como él espera, sorda y muda, que le imprima vida. De pronto, pasos en el pasillo rompen el silencio y lo sacan del mundo de fantasía del cuento. Benjamín amaga levantarse, apoyando las manos en el escritorio, pero al tocar en algo extraño con la mano derecha, interrumpe la acción. Su mano está encima de... ¿una pistola? ¿De dónde ha salido? Benjamín la examina rápidamente; la marca y el calibre coinciden con la descripción de la pistola que ha perdido el personaje que espera un milagro que lo libre de los dos perseguidores mientras no se transforma en rata.
Los pasos se detienen, por debajo de la puerta ve sombras, y el picaporte empieza a girar lentamente. Benjamín sabe perfectamente que preguntarse por la pistola y de dónde ha salido ya no tiene sentido. La pregunta correcta es: ¿por qué ha aparecido misteriosamente encima de su escritorio? La puerta ya se abre y Benjamín ya ha engatillado el arma...
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