¡AY, LOS HIJOS! 1

Por
Enviado el , clasificado en Cuentos
1249 visitas

Marcar como relato favorito

A Rodrigo Vives que era un hombre de sesienta años los compañeros del Banco en el que había estado trabajando desde  hacía mucho tiempo le habían organizado una simpática fiesta de despedida debido a su jubilación anticipada. Sin embargo cuando a la hora crepuscular del día él subió en su coche para dirigirse a su hogar aquella placentera sensación de cordialidad que había experimentado en su antigua oficina, aquel buen sabor de boca se esfumó ràpidamente al pensar en el ambiente enrarecido que podría encontrarse en su ámbito familiar.

En efecto, tan pronto como Rodrigo hubo llegado a su destino al adentrarse en el piso que estaba ubicado en una calle céntrica de Barcelona vio a su hija Elvira acomodada en el sofá del comedor con la mirada fija en el ordenador viendo una película, mientras que su madre Rosa se hallaba en la cocina preparando una pizza sazonada con apetitosos ingredientes para la cena de la chica.

-Hola. ¿Qué tal estás? - saludó Rodrigo a su hija.

- Bien. ¿No lo ves? - respondió Elvira con sequedad; como si su padre fuese un simple peatón de la calle.

Elvira era una hermosa joven alta y morena; de veinticinco años que se ganaba holgadamente el pan en el departamento administrativo de un importante Hospital de la ciudad, razón por la cual estaba muy bien valorada por sus superiores. Y a pesar de que vivía independiente en su propia casa en un pueblo del litoral catalán cercano a la gran urbe, venía de vez en cuando a visitar a sus progenitores.

Entonces Rosa llevó la pizza recién echa con la bebida a su hija, y ésta no tardó en ponerse a comer. Mas Elvira en un arrebato colérico tiró el cubierto en el plato.

-¡Esta pizza está medio cruda! - gritó ella-. Y además, el embutido que le has puesto encima pica como un demonio. Claro, como siempre compras los productos más baratos para ahorrarte unas perras, resulta que éstos ya están casi caducados o podridos - expresó con sarcasmo.

-¡Oooh... Esto no es verdad, no es verdad! - protestó su madre soliviantada-. Yo procuro comprar lo mejor para ti, pero al parecer según tú, todo lo hago mal. Y yo francamente ya no sé qué hacer para satisfacerte.

-¡ Vaya. Ya empiezas a hacerte la vícima, y esto no lo soporto!

- ¡Basta de discusión! - llamó al orden Rodrigo que ya estaba harto de aquellas tan absurdas como estériles discusiones entre madre e hija. Pues el hombre sopechaba que Elvira a diferenia de su madre que pertenecía a una familia de un pueblo rural de Galicia que había emigrado a Cataluña para mejorar su nivel de vida, y que ésta seguía siendo tan rústica como al principio de haber llegado a la capital, se avergonzaba de su madre. Así que lo que le interesaba a Elvira más que la comida en sí era humillar a quién la había albergado en su seno a través de las viandas para sentirse más importante que ella.

-¡ Tú te callas...! le ordenó con despostismo Elvira a su padre.

- ¡No me da la gana de callar! Aprende a hablarnos con más respeto tanto a tu madre como a mí. Nosotros hemos procurado darte una buena educación para que tuvieses una vida mejor que la nuestra, y no tienes ningún derecho de maltratarnos como acostumbras a hacer - le respondió Rodrigo.

- Yo no os debo nada. Era vuestra obligación cuidar de mí. Pero si no os gusta mi manera de ser, no os preocupéis que ya no vendré más a esta casa - amenazó la chica-. Ya tenía razón mi hermano Andrés cuando decía que vosotros soís unos plastas; que vaís de sabihondos por el mundo y que no se puede hablar con vosotros de nada.

- No se trata de que vengas o no vengas, sino de que te sepas comportar como una persona normal y no como una energúmena. Si tienes problemas en el trabajo, o con tu noviete nos los explicas con calma y miraremos de ayudarte en lo que podamos que para eso somos tus padres. Pero no nos responsabilices de tus contratiempos personales, que no tenemos la culpa de nada. En cuanto a tu querido hermano Andrés, es un culo de mal asiento; un irresponsable, y tú lo sabes mejor que nadie. Pues los trabajos que encuentra no le duran ni cuatro días, y si sigue por ese camino no tardará en convertirse en un indigente, o en uno de esos okupa que invaden viviendas ajenas.

- Es que este sistema capitalista que habéis montado los mayores, es una mierda que no sirve para nada - le respondió con agresividad su hija.

- Esto es un burdo tópico de la gente más vulgar y holgazana de hoy en día que han comido el coco a lo jóvenes como al tonto de tu hermano - dijo Rodrigo a punto de estallar.

Elvira terminó la cena en un tenso silencio; tomó el ordenador y se retiró a su habitación con una actitud ofendida, altiva dando un sonoro portazo, mientras que Rosa que tenía la lágrima fácil hacía pucheros como una niña pequeña.

Rodrigo aparentaba una fortaleza de ánimo que estaba muy lejos de sentir. En su fuero interno hervía un hondo pesar por la insolente postura de sus hijos. Él recordaba con nostalgia cuando sus vástagos eran pequeños. Los llevaba al colegio con la esperanza de que amaran a la cultura, les llevaba al cine a ver las películas de Walt-Disney, les hacía divertidos y sencillos juegos de Magia, y por las noches los acompañaba a la cama y les contaba cuentos para ayudarlos a dormir. ¿Y ahora qué?

"Si a los niños de pequeños los padres se preocupan de ellos, esto será como una buena semilla que repercutirá el día de mañana" - decían los especialistas del mundo infantil-. ¡Mentira y mentira! Pensaba Rodrigo. Tan pronto como sus hijos se hicieron adolescentes la armonía que tenían éstos con sus padres cayó en picado y nunca más volvió a recomponerse. El hijo mayor de Rodrigo dejó de tener a su padre como una referencia cultural, el dulce carácter de Elvira se transformó como por un mal encantamiento en una crónica hostilidad hacia sus progenitores, y era inútil razonar con ellos, ni mucho menos amonestarlos por sus impertinencias. De manera que cuando Rodrigo quería informar a su hijo Andrés sobre las dificultades del mundo laboral éste que despreciaba a la experiencia que su padre había acumulado a lo largo de su vida y ponía en entredicho su objetividad personal, le respondía estúpidamente: "Ah, éso es tu opinión". Por ello aquel padre de familia se preguntaba en qué había fallado en la educación de sus hijos. ¿Por qué sucedía ésto? ¿qué estaba sucediendo en el mundo? Estaba claro que los hermanos Vives tenían a sus padres por unos seres caducos, fuera de la actualidad y era como si ellos fuesen unos habitantes de otro planeta con unas costumbres ajenas a su estilo de vida.

 


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed