TV de clóset

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No podía quitar la mirada de esas largas y entornadas piernas enfundadas en medias negras. Apenas con uno o dos centímetros, una microfalda tapaba tímidamente el triángulo del placer. Al sentarse resaltó con la luz negra del antro, una tanga blanca de encaje divina. En esa posición mostraba unos muslos monumentales, unas piernas increíbles que remataban en zapatillas de charol negro de aguja.

Yo cerré los ojos y traté de imaginar la magnitud del placer por ser un centro de atracción erótico tan grande. Estoy seguro de que muchos tenían erecciones instantáneas con solo una mirada rápida. Otros como yo, seguro se humedecieron al tener la oportunidad de observar detenidamente por la posición estratégica en la que estaba. Ella cambiaba de pierna de vez en cuando y en cada ocasión, aparecía ese maravilloso triangulo blanco plenamente.

Sin embargo, mi placer no se enfocó en imaginarme a ese monumento en la cama, o penetrándola, o chupándola de pies a cabeza. Más bien, imaginé el placer de ser ella.

Llegué desesperado a la casa que estaba sola. Mi esposa se había ido a visitar a sus padres en un viaje de varios días. Tomé una minifalda, unas medias negras y rápidamente y con ansias me las puse.

El puro tacto del nylon de las pantimedias hizo que me humedeciera. Afortunadamente la falda era suficientemente elástica y me quedó perfecta. Me senté frente a un espejo y modelé para mí mismo. Hice tal como había visto hacer a esa mujer. La sensación era increíble. Ya no pude más y saqué el juguete que ya hacía mucho teníamos mi mujer y yo. Me subí un poco la falda, me bajé los pantis y con suficiente lubricante me penetré yo mismo.

Solo dos minutos tardé para tener una eyaculación bastante intensa. No tuve que tocar mi miembro. El orgasmo se logró solo al sentirme penetrado y con la visión de mis piernas enfundadas en esas medias negras.

No tardé mucho para relacionarme con unas amigas que trabajan en una estética. Ellas acostumbraban a vestirse completamente de la manera más sexy posible, se maquillaban maravillosamente y así vestidas como todas unas damas de la noche salían a divertirse. Caminaban por el parque, por el zócalo haciendo que los hombres voltearan a admirarlas incluso yendo acompañados por sus novias o esposas.

Cuando tuve mi atuendo completo que incluía una peluca, realicé por primera vez una transformación total. La cintura femenina la logré con un “body” que es una especie de faja muy flexible, pero muy firme que otorga una cintura de avispa. Por lo demás, mis piernas siempre fueron muy femeninas.

Cuando salimos a la calle a subirnos a los carros, mi adrenalina estaba en su máximo punto. Nunca había salido a la calle vestida. De inmediato empecé a mojar mi tanga y las pantis. Al sentarnos, la falda que había elegido casi se me subió a la cintura. Parecía que iba solo con las pantimedias y muchos se regocijaron la vista desde afuera. Empecé a sentir el placer de ser mujer o al menos de vestirse como ellas.

Entramos a un antro que más bien se podía llamar un putero. Las damas no nos vieron con buenos ojos. Muchos de los hombres que ya se caían de borrachos, cambiaron la compañía que tenían por alguna de “nosotras”.

Apenas soportaba el aliento a alcohol y cigarro del que me tomó y me besaba casi con rabia y desesperación. Instintivamente abrí las piernas cuando me empezó a acariciar la entrepierna. Me invitó una cerveza y me llevó a su carro. Con ansiedad le bajé el pantalón y me prendí de su miembro. Duro, venoso, caliente y húmedo. De pronto me volteó, me puso de a "perrito" y sin más, me penetró.

El dolor inicial se transformó en placer y ¡oh maravilla! Tuve un orgasmo y me vine casi al mismo tiempo que él. De regreso a la pista, pasó algo que nunca imaginé. Me dio un billete de 500 pesos, me invitó otra cerveza y me dió las gracias.

Esa noche me sentí mujer, me sentí puta, gocé el placer del poder del sexo femenino en un mundo machista.


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