Las manos
A veces siento las manos. Manos que tiemblan arrugadas y la mano silenciosa de Dios. Una mano rosada en mi cintura, la mano que miente y se tapa la boca, la mano que muda y se marcha, la mano que no dice nada y calla. A veces siento la mano que se retira y hay otra, otra mano, que llega.
En una mano, como un puño, se concentra el mundo. Los paraísos y los infiernos particulares ocurren por culpa de una mano que está en nuestras manos, es la mano que nos lleva y nos alza, la mano misma a la que nos entregamos.
A veces una mano oscura surge en el silencio de la noche oscura y nos acecha y nos devuelve desde el lugar de nuestras cosas hasta la nada de la nube y la mañana, es la mano contraria a la mano de paloma que vuela y nos lleva, hacia lo alto, como la montaña.
La mano del amigo nos mira, la mano del hermano nos ama, la mano que se aleja y nos saluda con un gesto indescifrable de hola y adiós, nos deja tristes.
Es bueno tener muchas manos para agarrase, fijarse en las manos que nos hablan y las que se nos ocultan detrás de las palabras, la mano que vigila y la que dispara , la que habla por boca de los otros, la mano que miente.
Voy a esconderme detrás de todas las manos que echo y me echan, voy a dormirme como una oruga en la misma lengua de la mano que quiera sostenerme, una mano que me acune y me cuide, una mano que tenga en cuenta mi mano, porque en la misma palma de la mano de mi suerte, es donde quiero quedarme.
Y puesto que llega un día en que se descubre que de nada sirve conducir nuestra vida de la mano, soltaré mi mano y me dejaré llevar por la vida, de la mano que me lleve.
La Barrosa, Chiclana, 21 agosto 2011
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