Para aprender a tomar.
Estar borracho es lo mejor del mundo.
Me declaro un aficionado de corazón.
Aprendí a tomar por las malas.
Primero.
Tomando hasta caer al suelo,
hasta vomitar.
Hasta perder el conocimiento.
Después,
cuando podía soportar niveles grandes
de ebriedad sin quedar inconsciente,
tomaba hasta perder la razón,
hasta perder el control de mis actos.
Mi boca fue la primera.
Mi boca siempre errante.
Que pasó de expulsar desechos sólidos
en forma de vomitada,
a manar mierda en forma de palabras.
A conseguir ataduras con gruesas cadenas.
Y que puede atraer, a gran velocidad,
los puños de la gente.
Mi cuerpo tuvo que pasar varias pruebas.
De dolor, de resistencia.
Tuve que tomar hasta sentir miedo de mí mismo.
Hasta volverme mi peor enemigo.
Hasta regresar a casa con el rabo entre las patas.
Apaleado. Indigno.
Arrepentido.
Avergonzado.
Aprender a tomar no es fácil.
Todos los días veo gente de mi edad aún
en el trayecto.
Cuando uno aprende a tomar, todo cambia.
El miedo se va.
Regresa la cordura. Pero no las cadenas.
Ni las resacas.
Las primeras resacas son físicas.
Después morales.
Hasta que uno se vuelve cínico.
Entonces, cuando siente resaca ríe,
y toma más.
Cuando ya se aprendió a tomar,
no existe la resaca.
No hay que estar mal para ponerse borracho.
Hay que tener siempre cuidado con eso.
Estar borracho es lo mejor del mundo.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales