Cafeína y Otras Adicciones (I).
Por Petit Bourgeois
Enviado el 18/01/2021, clasificado en Reflexiones
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Somos adictos a lo que nos destruye. Dostoievski
El ordenador me acaba de pedir la clave para acceder a mis dominios virtuales. Y yo, alejándome de mí mismo, he pulsado la opción cambiar de usuario, adormecido como ando. Y me he quedado pensando, si ha sido un movimiento consciente o inconsciente. O ambas cosas a la vez, no tienen por qué ser excluyentes. Pueden ser perfectamente complementarios, sinérgicos en cuanto a su sin sentido. ¿Qué motiva más mis conductas, lo consciente o lo inconsciente?
Alargando aún más los días que hace año y medio, que ya es difícil, echando la vista atrás, no puedo sino contemplar una tierra quemada y devastada, por mí mismo, cual Atila in the jungle. Y todos los recuerdos que aparecen en esta tarde nublada de diciembre, son sombríos y pesarosos. Versan sobre las peripecias de un don nadie (me gusta conservar el don incluso en la amargura), cuya sonrisa dejó de esbozarse con el paso de los años, cuando se acumularon las vivencias necesarias, alcanzando a comprender, a pesar de su patético intelecto, la realidad de su existencia, el significado de su yo, su limitado potencial y sus interacciones sociales deficitarias.
Ojalá pudiera cambiar de usuario, tranquilamente, y empezar una nueva existencia, aunque fuera virtual. Pero no es tan fácil. Mejor dicho, es imposible. Yo soy yo, y no tengo escapatoria, incluso virtualmente. Todos mis defectos, todas mis tendencias, todas mis pulsiones terminarían apareciendo como han aparecido, y de qué manera, en la vida física. Mi mediocridad me engulle y me hace ser aún más cínico y receloso que nunca. No obstante, ahora que lo veo todo perdido, ¡oh fatalismo perenne!, alcanzo cierta paz interior, merced a mi inoperancia y mis miedos. Lo contemplo todo, desde mi esquina, desde la mesa de la esquina, indiferente, ahora sí, a todo.
Hay circulando una serie de elementillos endógenos cerebrales que hacen, si ingieres aditivos externos, que te encabrones de manera habitual. Y hay sustancias exógenas, como la cafeína, que cuando la ingieres en demasía te hacen perder el control, interaccionando precisamente con esos elementillos, creando un cóctel peligroso que incrementa la impulsividad, la agresividad también, por qué no decirlo, modificando sustancialmente la perspectiva global que nos envuelve.
Me gustaría crear otro Yo- mejor otro yo-, en una dimensión virtual, y observar desde la sombra digital cómo surgen mis ensoñaciones improductivas, y cómo reaccionaría socialmente, como por ejemplo cuando una mujer golpeara mi coche con el suyo por atrás; “por los tacones”, me explicaría con el consiguiente bocadillo colocado superiormente a ella. ¿Sería yo tan gilipollas como en la vida real? Mi estupidez tendría tal inercia que mi personaje digital repetiría mis fallos mediante un algoritmo infinitesimal, aportando un nuevo significado al refrán el “hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”; ya habría que re escribirlo hacia el hombre es el único animal que incluso en su versión 2.0 también tropieza dos veces con la misma piedra. No se puede salir de esa inercia, de ese bucle, de ese yo. Supone una ilusión creer que en la huida, en la conducta evitativa, ya sea en vida real o en un CPU, vamos a conseguir distanciarnos del yo, escapar de ese yo.
También existen otros materiales adictivos, visuales, de esos que da vergüenza reconocer en público, que igualmente que la cafeína, interaccionan con esos elementillos cerebrales, y vuelven a generar situaciones de riesgo conductual. La adicción como forma de vida implica una reiteración, una habitualidad, un abandono de unas determinadas tareas para perderse en el abismo de otras...A nivel cerebral eres otro, y ocasiona asimismo variantes en lo físico paulatinamente, sin que te des cuenta. Este material visual ha ido teniendo cada vez más protagonismo en los últimos meses, en una espiral peligrosa, in crescendo, que ha corrido paralela a la espiral de la cafeína; ambas espirales se fusionaron finalmente en una, donde aparecían todo tipo de desajustes, hasta que levanté el pie del acelerador de este bólido absurdo con el que me iba a autodestruir.
Me apasionaría, como iba diciendo, seguir a mi alter ego en el ordenador, observando con pesar el surgimiento de mis características ensoñaciones improductivas. Es decir, sería interesante analizar cómo en un programa de realidad virtual, mi otro yo expresara de manera analógica las ensoñaciones propias de mi carácter.
También me intrigaría el que mi alter ego virtual se interesara por el mundo físico, se preguntara por su sentido y por cuál es la autenticidad de todo, de ambos mundos; y de esta manera, fuera cobrando cada vez mayor individualidad, para intentar ingresar en el mundo real, harto de sí mismo, y creyendo de manera infantil que en la vida real su yo iba a verse mejorado, y que ese mundo es más interesante. No hagas eso, imbécil, que es peor, es un yo más penoso, y la vida aquí...Pues no sé qué decir. ¿Cómo podría hacer ver a mi otro yo, el analógico, que el auténtico, el que escribe, es hartamente defectuoso? ¿Cómo sé que soy yo, el yo físico, el que escribe de veras? ¿Hay alguien por encima de mí? ¿Y mi libre albedrío?
Me supe dar cuenta de ello a tiempo, pero a base de palos y de meteduras de pata. He bajado los niveles de cafeína notoriamente, así como los otros materiales adictivos vergonzosos, y en el plazo de un mes, me siento mejor y más pausado. Lo mantengo; hay días en que me apetece abusar del café como antaño, pero me he sentido fuerte en mi postura; también hay días donde lo visualmente adictivo me reclama desde mis profundidades, notando ese craving revolucionando mis anhelos. He conseguido una sosegada abstinencia, perdiendo fiereza y testosterona. Lo que no pierdo es la estéril tendencia al ensimismamiento, nutriéndome de unas ensoñaciones, improductivas a todas luces menos para las mías. Ellas son las causantes de mis gilipolleces y mi abstracción, es lo único que quisiera haber perdido al mitigar mis dependencias. Pero no, me acompañan siempre. Son ciertamente mi auténtica adicción, y aún no sé afrontar estrategias para esquivarlas. Me acorralan en cuanto estoy distraído. Soy como Marius paseando por los jardines del Luxemburgo, soñando con Cosette.
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