Gallumbos Blancos

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En la mudanza, los cogí todos con cariño, con inmenso respeto, antes que cualquier otro objeto o ropa. Los puse por tanto en el fondo de la maleta. Bien planchaditos, no tan blanquitos como uno quisiera, con sus pequeños desperfectos (¿y quién no los tiene?) y preparados para una nueva vida.

Los saqué en su nuevo domicilio, y los coloqué de manera primorosa en un primer cajón que me había ganado a pulso (iluso). Me olvidé de ellos y me instalé en otros menesteres. Lo principal ya estaba colocado, la vida podía seguir su curso, el orden cósmico estaba garantizado.

A la mañana siguiente, abrí el cajón absorto en esa clásica tarea de pasar del pijama a la ropa de calle que puede conllevar o no, según tus anhelos, el cambio de ropa interior. 

No estaban. 

Busqué en los cajones de abajo. En los de al lado. Encima de la cómoda. Encima de la maleta. En otro cuarto. En el salón. En la cocina. En la terraza.

No estaban, coño, no estaban. ¿Cómo iban a haber desaparecido?

La verdadera prueba de madurez que te pone delante la vida adulta estaba ahí, delante mía. Mi mujer los había tirado, alegando indignidad de presencia, mal estado general y mal estado particular (los pequeños detalles, el yin y el yang, delante y detrás).

¡Qué poco romanticismo! ¡Cuántos años he pasado con ellos!¡Cuántas miserias esfinterianas han tenido que padecer!¡Cuántos lavados infructuosos han tenido que soportar!

¡Compañeros de fatigas! No os pude proteger de las redes femeninas. Ellas no entienden de estos sentimientos. Entienden de otros, pero del amor a los calzoncillos de soltero, no entienden nada. Os fallé, amigos, os fallé. Mi ingenuidad y poca experiencia fueron las responsables de vuestro exterminio.

Si algún chaval comete el error de leer estas líneas, que aprenda algo de ellas. En cuanto te cases, vigila tus gallumbos de soltero, es lo más preciado de tu soltería, es tu auténtico vínculo con tu vida de antes de casado. 

Aunque creo que los chavales de ahora no llevarán esos fermosos calzoncillos blancos que yo he podido perfectamente llevar desde los 18 a los 29 años, por si acaso hay algún ibérico profundo arcaico, amante de lo vintage, vale la pena el esfuerzo por protegerlos. Avisados quedan del funcionamiento de la perversa mente femenina.

 

       


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