Era el mes de agosto, Madrid estaba casi vacío de gente y hacía un calor tremendo, sobre todo a las cuatro de la tarde. Habíamos comido, Marian y yo, en un chino cerca del Retiro y decidimos dar una vuelta por el parque esperando que la vegetación aliviara un poco la temperatura. Nos compramos unos helados en un quiosco y nos sentamos a comérnoslos en un banco a la sombra.
Enseguida vino a sentarse en el banco de enfrente un señor que tendría más de sesenta años, como si estuviera al acecho. Abrió el libro que llevaba y empezó a hacer que leía, cuando la realidad era que no dejaba de mirarnos.
Le dije a Mirian que nos fuéramos a otro sitio lejos del viejo y me contestó que no le hiciera caso y nosotras a lo nuestro. A mí la verdad es que me estaba poniendo nerviosa sentirme observada y ver como mirada fija en nuestras piernas, con faldas bastante cortas.
Le insistí a Mirian y me contestó que ella no se movía de allí y si el viejo quería una buena visión se la iba a dar. La conozco y me temí lo peor. Me dijo que le estaban entrando ganas de mear y lo iba a hacer allí mismo. Bajé la vista a sus piernas, las tenía separadas y se había corrido las bragas a un lado, empezó a mear mirando fijamente al viejo a la cara.
El hombre abrió los ojos como platos y fijó la vista entre sus piernas, como si el coño de Mirian fuera un imán. Me entró la risa y el hombre al ser consciente de que me reía de él, desvió la mirada al libro sin moverse y visiblemente nervioso.
Mirian me dijo que me había manchado la cara con el helado, se pegó a mí y me pasó la lengua por la comisura de los labios para limpiarme. Me eché a reír y le dije que me había chupado el morro, contestó que no había sido nada comparado con lo que estaba pensando hacer. Me giró la cara y me plantó un beso en los labios.
Nada más retirarse miró al viejo y riéndose me dijo al oído que se estaba empezando a calentar de verdad porque se estaba frotando la poya por encima del pantalón. Le miré y me encontré con sus ojos fijos en mis muslos, así que los abrí para regalarle una buena visión de mi entrepierna. Me metí un dedo por el borde de las bragas y me lo pasé por la raja, después me lo llevé a la boca y me lo chupé como si fuera una poya.
Se removía sentado en el banco, seguramente no sabía qué hacer, si marcharse a hacerse una paja y perderse la exhibición o seguir allí mirándonos con la poya estrujada dentro de la bragueta. Escuché a Mirian decirme que podíamos intentar hacer que se corriera en los pantalones. La miré y le dije que no era capaz.
- Mira tú para ese lado y yo para el otro por si viene alguien – me dijo.
Se incorporó lo suficiente para bajarse las bragas a los tobillos y se las quitó. Se abrió entera de piernas y empezó a tocarse los labios por fuera mientras me decía que le desabrochara dos botones de la camisa sin mangas. Corrí un poco la tela para que quedara un pecho a la vista y empecé a sobárselo.
El viejo nos miraba como hipnotizado. Su vista iba de la entrepierna de Mirian a los pechos que yo amasaba. La muy guarra se había excitado y empezó a meter y sacarse el dedo del coño. Le pregunté hasta donde quería llegar y lo único que me dijo es que le apretara el pezón porque estaba a punto de caramelo.
Empezó a jadear y miró hacia los dos lados para asegurarse de que no venía nadie, con la vista fija en los ojos del viejo se corrió a gritos añadiendo un poco de teatro. Cuando se recuperó me puso la mano en el pubis y me dijo que abriera las piernas todo lo que pudiera. Me retiró la tela del tanga a un lado y empezó a pasarme un dedo por el clítoris mientras ella volvía a masturbarse.
- Abuelo, ya se podía sacar la polla y hacerse una paja para motivarnos – le dijo al hombre. No contestó y siguió sin moverse y sin perder de vista de ambos coños y las evoluciones de mi amiga.
La advertí que como siguiera tocándome el clítoris me iba a acabar corriendo y ella aceleró el movimiento de la mano. Me dejé llevar y le pedí que me metiera un poco los dedos porque ya no tenía vuelta atrás. El orgasmo empezó a ascender por mis entrañas. Le eché también un poco de teatro para excitar al abuelo y me corrí jadeando lo suficientemente alto para que me oyera.
Mirian me saco los dedos del pubis y mirándole fijamente a los ojos se los chupó. El hombre apretó las piernas y cerró los ojos. En ese momento Mirian empezó a jadear y se corrió de nuevo.
Le dije al viejo que era un guarro y que su mujer le iba a regañar por correrse en los pantalones, parecía que se había meado encima y es lo que iba a pensar cualquiera con quien se cruzase.
Tenía la cara completamente roja. Se levantó apretándose la entrepierna como para acabar de correrse y vimos cómo se le empezaba a mojar la pernera del pantalón. No solo se había corrido, también se había meado.
Nos empezamos a reír y él compungido, se marchó ahuecándose el pantalón empapado.
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