«Este sitio te cambia la vida». Aquel pensamiento le llevaba rondando en la cabeza durante las últimas semanas. Ben —Benny para los amigos— había acabado en aquel lugar por un robo a una tienda que había salido mal, y le acabaron pillando. Poco le importó a la justicia sus circunstancias, su dura existencia en un país sin futuro, y su voluntad de sobrevivir como fuera. ¡Ya ves! No había hecho daño a nadie. El dueño de la tienda se hubiera recuperado de aquello fácilmente. Pero así es la vida.
Se sentía atrapado entre esas cuatro paredes, casi con dificultades para poder respirar. Lo peor de todo era la soledad de la noche cuando se cerraban las celdas y se hacía el silencio más aterrador que pudiera recordar. Solo era roto por alguna conversación entre los presos de las celdas contiguas o los sollozos de los nuevos durante las primeras noches. Su compañero de «cuarto» no era el más hablador del mundo. Había tenido suerte, eso sí, porque ese tipo iba a lo suyo y no se metía con él. La convivencia era tranquila. Pero a veces no soportaba el silencio que se producía entre ellos. Había oído durante toda su vida lo que pasaba en esos sitios, pero no había experimentado nada eso hasta el momento. Si de verdad pasaba, no quería saberlo. Era mejor así.
Durante las horas en el comedor había conocido a un tipo peculiar. Desconocía su verdadero nombre, pero la gente lo llamaba John. Hasta los funcionarios de allí lo llamaban así. Aquello era lo único que compartía de su vida personal. Una vez le preguntó de donde era y éste solo sonrío y le dijo:
—¿Qué importa eso, chico? ¿Acaso te va a servir de algo?
John era un hombre corpulento, alto como un roble, de pelo algo canoso y piel morena, que contrastaba con sus ojos azul cielo. Era raro verlo sin una sonrisa en la cara. Se decía que era miembro de una organización criminal y que, por eso, nadie le tosía; estaba bien relacionado con los bajos fondos de la ciudad, lo que le quitaba las ganas a cualquier preso de molestarle. Apareció en la vida de Ben cuando estaba comiendo durante los primeros días. Se sentó a su lado y le dijo que le recordaba a su hermano pequeño, que le iba a ayudar a sobrevivir allí. Y desde entonces se forjó aquella extraña amistad. Hablaban a menudo durante los ratos libres. Acerca de lo que pasaba en la prisión, anécdotas de la gente que había pasado por allí durante años, gustos personales y, sobretodo, de la vida de Ben. Se notaba que llevaba tiempo encerrado. Se desenvolvía bien, casi como si aquella prisión fuera suya. Al preguntar a otro, descubrió que llegó hacía 15 años, como consecuencia de una redada policial en un local que su banda usaba para trapicheos serios.
Ben siempre había querido preguntarle cómo se sentía en ese maldito sitio y el porqué de su sonrisa perpetua. ¿Sería que después de tanto tiempo, uno se acostumbra a vivir allí y asimila la prisión como parte de su identidad? Un escalofrío repentino recorrió su cuerpo al tener ese pensamiento. Un día, mientras estaban en el patio, se lo soltó.
—Oye, John —empezó—. ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
—Eres libre para preguntarme lo que quieras. Al igual que yo también lo soy para responderte o mandarte a la mierda dependiendo de lo que escuche. —dijo mientras sonreía más que nunca y se reclinaba en el banco donde estaba sentado y se sacaba un cigarrillo del bolsillo.
—¿Por qué parece que siempre estás contento? ¿Es que te gusta este sitio después de tantos años?
John cerró los ojos y reclinó la cabeza hacía atrás mientras encendía su cigarrillo. Dio una larga calada y soltó una gran carcajada mientras echaba el humo.
—Chico, eso son dos preguntas. ¿Quieres saber si me gusta este sitio? Bueno, me he acostumbrado a esto. Después de tanto tiempo, he pasado por todas las fases hasta llegar adonde estoy ahora. Al principio odie este antro, solo pensaba en salir lo más pronto para continuar con mi vida. Pero… ¡Ay! Esta cárcel está maldita. Te hace un pulso con tu voluntad y siempre acaba venciendo. No puedes ganar. Es más tozuda que una mula y, con los años, acabas por descubrir que forma parte de ti. De tu identidad. Se vuelve una prolongación más de tu ser. Y entonces entiendes muchas cosas. Llámalo resignación o locura. Como quieras. Pero, este sitio, tiene un encanto que jamás reconocerías al principio.
Ben se quedó dubitativo, pensado en si había entendido bien sus palabras. Parecía que había perdido la voluntad de ser libre y se había convertido en un mero esclavo de la prisión. Con suerte, no acabaría como él; tenía una pena mucho menor. Y, aun así.
—¿No te gustaría ser libre? ¿Tener una vida fuera de estos barrotes?
—Igual soy más libre de lo que crees —añadió entre risas, dejando más sorprendido a su amigo—. ¿Qué entiendes por libertad?
—¿Cómo? —masculló Ben.
—Que me digas que es para ti la libertad. El ser libre.
—¿Qué más puede ser? Es no estar encerrado en una cárcel.
John se tomó su tiempo. Hizo una pausa larga mientras fumaba y miraba el cielo, como pensando en las palabras que quería decir.
—Esa es la repuesta obvia. Sí. Pero viendo las cosas desde otra perspectiva, quizás ya no lo es tanto. Si no estuvieras aquí, ¿qué estarías haciendo? ¿Tendrías total libertad? Ya te digo yo que no. El dinero nos limita los movimientos. Hoy en día es necesario para casi todo. Y sin él, malvives de mala manera. Te hace hacer cosas de las que más tarde te arrepientes. Tú mismo acabaste aquí por culpa del dinero. No tenías suficiente y decidiste conseguirlo por tu cuenta sin seguir las reglas de la sociedad. Tú a eso lo llamas libertad. Yo lo llamo prisión. Sí, chico. Es una prisión también. Pero esta es más peligrosa: los barrotes y los muros no se ven a simple vista y te dan la falsa idea de libertad. Y cuando quieres ir más allá, te das de bruces con esos muros invisibles. Y eso sí que te desgasta mentalmente.
Ben lo escuchó en silencio mientras trataba de asimilar las palabras de John.
—Y te diré otra cosa. Nadie puede quitarte tu libertad mientras te sientas libre. ¿De qué te sirve poder hacerlo todo si vives para conseguir dinero mientras intentas no ahogarte en un mar de deudas? ¿Crees que esta gente es más libre que yo? Yo al menos me siento como tal y no finjo que todo va bien mientras vivo amargado, y sintiéndome prisionero de mi propia vida.
Ben no supo que decir. Aquello mantendría sus pensamientos ocupados durante varias semanas mientras trataba de decidir si se sentía un prisionero de su vida o no.
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