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Eres esquiva como la asfixia de estos días de respiraciones abrasadas. Tan bonita de lejos que uno no siente la herida hasta que la sangre amarilla forma un charco en la tierra. Pero la herida es profunda e inocente. Es la herida infectada y irrefragable que le emboza a uno los oídos con una fiebre de verano marchito. Es una herida mística, espiritual, descarnada. Es una herida mortal, tan mortal como tu.
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