RECUERDO DE "LOS GALLEGOS"

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Hacia dos meses que mi marido me había dejado y se había ido a vivir con su secretaria. Lejos de sentirme abandonada, lo que me sentí fue liberada por no tener que aguantarle y seguir fingiendo que las cosas iban bien entre nosotros, además de lavar, cocinar y planchar para que el señor estuviera contento.

Ya hacía buen tiempo a primeros de junio, sobre todo en el sur. Pensé que estaría bien pasar unos días a la playa aprovechando que aún no habría aglomeraciones de veraneantes. Dicho y hecho. Me metí en internet y reservé habitación en un hotel con vistas al mar, reparé una maleta pequeña con lo necesario para una semana y la dejé lista para salir de viaje a primera hora de la mañana. A las nueve ya estaba en la A3, camino de Albacete para desviarme hacia Murcia y llegar a mi destino, el Puerto de Mazarrón.

Durante tres días lo único que hice fue bañarme y tomar el sol en la playa de enfrente al hotel. Estaba cansada de la misma rutina todos los días y me apetecía moverme un poco. Pregunté al camarero del hotel que me sirvió esa noche la cena, donde había cerca alguna playa bonita que no estuviera demasiado lejos.

Me dijo que a menos de un cuarto de hora estaba la playa de Los Gallegos que tenía dos partes, una playa larga y una cala pequeña separadas por unas rocas, donde se practicaba nudismo. Pregunté si había allí algún sitio para comer y me dijo que solo un quiosco con bebidas y bocadillos. Al ver mi cara de contrariedad me dijo que si quería el hotel me preparaba un picnic en una bolsa y me lo podía llevar. La idea me convenció.

Con las indicaciones que me dieron en el hotel no tuve problema para encontrar el sitio. Saqué la hamaca y la bolsa con la toalla del capo del coche y me dirigí hacia las rocas del final de la playa. Hacía años que no practicaba nudismo y la verdad es que apetecía. Cuando llegué estaba sudando y pensé que para el próximo día me llevaría solo una esterilla.

No había más de una treintena de personas en la playa y me acoplé en una esquina lo más apartada posible del resto de los bañistas. Al poco se instalaron cerca de mí dos chicos jóvenes con aspecto amanerado, al menos uno de ellos. Pusieron sus toallas en la arena y se fueron de la mano a bañarse. Al salir del agua los dos tenían el pene mirando al cielo y volvían besándose. No había duda de que eran gais.

Cuando de tumbaron en la toalla uno lo hizo boca arriba y el otro boca abajo. Este último empezó a besarle los pezones y fue bajando hasta el miembro del otro. Sin cortarse un pelo, a menos de tres metros de mí, le hizo una mamada.

En vez de mirar hacia otro sitio y disimular como si no me estuviera enterando de nada me quede mirando y el que mamaba se dio cuenta de que les estaba observando. Se sacó el pene de la boca y con una sonrisa me lo ofreció. Dejé de mirar inmediatamente y por los gemidos interpreté que el otro se había corrido. Esperé un poco y les pregunté si no les importaba echar un vistazo a mis cosas mientras iba al quiosco a por una cerveza.

Estaba apoyada en la barra cuando dos mujeres con un pareo cubriéndoles solo de la cintura para abajo y los pechos al aire se pusieron a mi lado. Hablaban en francés pero las entendía perfectamente porque antes de casarme estudié filología francesa.

Hablaban de los chicos que ayudaban a la gente a llevar los bártulos desde el coche hasta la playa a cambio de una propina y si querías se prestaban a practicar sexo por un poco más de dinero. No me había fijado que hubiera nadie cuando llegué al aparcamiento, pero si ellas lo decían sería cierto.

Al día siguiente repetí playa con mi picnic y todo. Al llegar al parking me fijé en dos chicos apoyados en un coche y nada más salir del mío se acercó uno de ellos con pinta de ser de poco fiar. Se ofreció a llevarme las cosas hasta la playa e incluso me abrió la hamaca y me pidió la toalla para colocarla encima. Le di cinco euros y me lo agradeció de forma exagerada, seguramente estaba acostumbrado a propinas menores.

Aquel día había menos gente que el anterior, normal para ser lunes. Cuando me quité el bañador el chico se me quedó mirando y me dijo que estaba muy buena “todavía” sin cortarse un pelo. No supe si cabrearme o agradecerle sus palabras, aunque entendí su expresión. Yo acababa de cumplir cuarenta y ocho años y el no llegaría a los veinticinco.

Enseguida el calor hizo su efecto y me senté en la arena con el agua cubriéndome hasta el ombligo. El chico vino a sentarse conmigo, tenía el bañador puesto y empezó a darme palique sentándose de espaldas al mar y apoyando las manos en la arena. No me habría violentado si no fuera porque una de las manos la apoyó entre mis piernas un poco más arriba de las rodillas, eso sí sin llegar a rozarme.

El muy cerdo retiraba la mano al gesticular y volvía ponerla en el mismo sitio cada vez más cerca y rozándome el muslo. Yo retiraba la pierna y para ello tenía que abrirlas cada vez más quedando el sexo cada vez más expuesto. Sin embargo, estaba a gusto y me reía con las ocurrencias que me contaba el muchacho con acento andaluz cerrado.

En un momento determinado me preguntó si podía. Le iba a preguntar a que se refería cuando noté su mano apoyada en el pubis. Cuando reaccioné y antes de decirle que la quitara ya me estaba acariciando el clítoris y yo caliente como una perra. Como no dije nada entendió que me gustaba y empezó a meterme los dedos. No sé cuántos eran, pero me llenaban completamente por dentro al tiempo que el pulgar jugaba con el clítoris. Seguramente por el tiempo que llevaba sin meter nada allí y las caricias, me corrí apretando las piernas.

Me dijo que nos fuéramos a la hamaca y le seguí, la colocó de lado en el suelo de forma que nos tapaba un poco de la vista de los demás bañistas y puso la toalla en el suelo tumbándose boca arriba. Sacó un condón de su bolsa y se lo puso. Me hizo señas para que me sentara sobre su pene erecto y me penetrara. Como si estuviera hipnotizada obedecí sin ser totalmente consciente de lo que estaba haciendo en un sitio público. Estaba totalmente excitada otra vez.

Me senté encima sintiendo como me entraba hasta que la tuve entera dentro. Me cogió los pechos y tiro un poco hacia él para que me levantara un poco y dejarle espacio para moverse. Empezó a follarme como un animal mientras me los estrujaba.

Dos orgasmos míos después, seguía con el pene dentro y el chico no se había corrido aún. Me la sacó y me tumbó sobre la toalla poniéndose encima, reptó sobre mi cuerpo hasta que tuve el pene a la altura de la cara y me dijo que se la chupara y con el condón puesto no tuve reparo. Lo estiré para que quedara ajustado y con el capullo en la boca le masturbé hasta que se corrió notando en la lengua como salía la leche al otro lado del látex. Descendió de nuevo por mi cuerpo y metió la cara entre mis piernas para hacerme el mejor cunnilingus de mi vida arrancándome un nuevo orgasmo.

Nos sentamos en la hamaca y empezó a contarme cosas suyas, de su vida, su familia, los estudios y la forma de ganarse la vida para ayudar en su casa a llegar a fin de mes. Cuando me tuve que marchar me recogió la hamaca y la toalla y me la llevó hasta el coche metiendo todo en el capo. Le di veinte euros y me los devolvió metiéndomelos por el escote y aprovechando para acariciarme el pecho. Me dijo que era muy simpática y que ese día invitaba la casa. Insistí pero se negó a aceptarlos.

De camino al hotel ya estaba pensando en volver al día siguiente y compensarle con cincuenta euros, esta vez no iba a permitir que no los cogiera.


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