Al pasar el umbral de tu casa.

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No aprendí a dejar de sentirte. Sólo ver tu puerta entreabierta me hace pensar que aún sigues esperando a que aparezca por ella, escondiéndonos por las escaleras para no despertar a los durmientes. Como dos niños que acaban de hacer una trastada, cómo dos ladrones que acechan un botín suculento. Sólo por regodearnos en nuestro bienestar. El uno junto al otro y por el otro.

En medio de las conversaciones forzadas surgían flashes de aquellos tiempos en los que cada día podían ser el último de nuestras vidas. Y en ellos, tenía la sensación de compartirlos aún contigo. Pero cuando cobraban de nuevo sentido las palabras que oía de las personas que me rodeaban, bajaba a la tierra para comprobar que todo eso no era más que charcos de lejano y seco pasado que se han quedado como rescoldos de un sueño perecedero. Si volvían a mi al tiempo, se desdibujaba tu cara, se esfumaban tus manos y tus labios brillaban al ser humedecidos pero, ya no tenían dueño.

¿Dónde estabas? Creí saber al dedillo cada marca de nacimiento, cada lunar o peca, cada curva de tu rostro que recorría para leer en braille lo que un día temí olvidar. Pero ese no eras tú. Ese no era nadie. Ese, era cualquiera. 

No es mentira si te digo que sigo enamorada a pesar de todo lo que puedo plasmar ahora mismo. De lo que hubo, de lo que me dejaste, de lo que cribé antes de dejar que la rabia y el desconsuelo me hicieran odiarte.  Ni te odio, ni te desprecio y aunque antes pensé todo lo contrario, ni te quiero. 

Hubiera sido más sencillo tener una estampa de lo que se adora para ponerle nombre a los sueños, sin embargo mis sueños son recuerdos que pueden hacerse planes. Planes que pueden tener otras manos y otros labios.

Al pasar el umbral de tu casa he comprobado que una puerta tiene más sentido que tu mismo. Ella ha conseguido que sonriera más de lo que tu pudiste hacer. No es un reproche, es un sentimiento. Ahora sé que ellos reinan en mi estado de ánimo. Los que me dejaste alguna vez que te emvolvieran, los que aún conservo y de los que sigo prendada. De mi misma y de lo que puedo hacer.

Los que un día se pondrán de lado de un cualquiera sin rostro antes que de una puerta


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