La luminosidad intensa del dolor empuja hacia la oscura ventana del suicidio. No hay nadie más consciente de sus actos que un suicida; él es el que más sabe acerca de su desdicha y puede, como nadie, distinguir nítidamente entre el bien y el mal: entre la acaso eterna soledad sideral y una vida que no merece más penas.
Pocos conocen el desasosiego, ese vacío, que retuerce y doblega la conciencia del que puede todavía sentir, a través del tiempo, el retorno constante de las viejas agonías. Por eso pocos comprenden la terrible decisión.
Si bien todo tiene solución, nada vuelve a ser como antes. El pegamento se seca sobre el cristal y el Diamante recupera su forma, puede, incluso, recuperar su brillo, pero nunca más recuperará su belleza y esa belleza para siempre perdida, lo hacía ser un Diamante. Así padece, también, el Alma destruida.
O bien encuentras un gran amor que merezca tu vida, o bien encuentras una silenciosa estrella que puedas habitar en el infinito.
Abril 3, 2012
00:13 a.m.
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