Alma viajera

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Siempre fui escéptica cuando alguien decía que un pedacito de el se había quedado en un determinado lugar. Nunca había sentido una sensación de arraigo ni siquiera con el lugar en donde me he criado, así que era incapaz de creer que pudiese hacerlo con cualquier otro.
  Me equivocaba, por supuesto que lo hacía, pude confirmarlo al volver de mi último viaje, el cual puedo catalogar sin ninguna duda como el viaje de mi vida. Uno espera que esa sensación de segunda casa, de hogar incluso no sea poco más que algo meramente literario, un recuerdo agradable, cálido como máximo, pero nada mas lejos de la realidad.
Desde el primer momento en que mis pies tocaron suelo japonés supe con total certeza que aquel era el lugar en el que debía estar, mi lugar, un sentimiento tan claro y preciso como la última ficha que completa por fin un puzzle.
Es totalmente lógico pensar que cuando tienes muchas ganas de visitar un lugar, luego de hacerlo centrarás tu interés en conocer otro distinto, o al menos es lo que me pasa a mi cada vez que viajo.
Pero no con Japón, no con Tokio. Se que una parte de mi se negó a regresar y se ha quedado allí esperando verme llegar de nuevo, esta vez de manera definitiva.
Lo se porque cada noche vuelvo, cada noche mientras duermo mi mente me transporta al lugar en el que consciente e inconscientemente deseo estar.
Pero en esas escapadas nocturnas no regreso a las tiendas, los restaurantes o a los karaokes,  sino que camino una vez más por las estrechas calles de mi barrio favorito de las afueras, volviendo a ver maravillada los pequeños comercios, las bicicletas aparcadas con cuidado,  aquellas escaleras rojas que señalan el camino al que fue mi hotel pero sobre todo oliendo otra vez aquel aroma intenso a especias y fideos que inundaba el luga por completo.
En mis sueños vuelvo a entrar en mi supermercado favorito, me emociono con solo volver a verlo cada noche, ¿extraño, verdad? Solo es un supermercado, pero yo me sentía como en casa en toda la zona, era como si todo tuviese sentido por fin, como si las cosas siempre hubiesen tenido que ser así, finalmente todo fluía, yo era feliz.
Por eso ahora creo que sea posible que un lugar determinado te robe un pedacito de ti, porque realmente nunca te vas del todo, tampoco quieres. En realidad esa parte viajera de tu alma, incluso podríamos llamarle emigrante, está cumpliendo la función de fianza, un seguro que garantice que harás lo que tienes que hacer, que volverás a buscarla, que volverás al lugar en el que estás destinada a estar, tu lugar en el mundo. 


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