A propósito del escritor Fernando Sánchez Dragó

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      Era una tarde indeterminada de los primeros meses del año 1986. En los grandes almacenes de El Corte Inglés Nervión de la ciudad de Sevilla, en el Departamento de Librería de la planta baja, la parafernalia para la firma (de 18 a 20 horas) de ejemplares del último libro de un popular escritor español, se hallaba dispuesta desde la víspera. El título: Las fuentes del Nilo. El escritor: Fernando Sánchez Dragó. La editorial: Planeta.

      El escritor y viajero madrileño, que contaba entonces cuarenta y nueve años, accedió al centro comercial a través de la espaciosa entrada/salida de la calle Luis Montoto (1851-1929, ilustre escritor, paremiólogo y folclorista sevillano) y no tuvo que recorrer mucha distancia para subirse a una tarima e instalarse detrás de una mesa donde reposaban apilados algunos ejemplares del libro en promoción, no sin antes acomodar un macuto en una de las sillas. (Llegó puntual y solo; por poco tiempo, pues de inmediato estuvo acompañado por dos relevantes empleados de traje y corbata, los cuales permanecieron de pie, uno detrás y otro al lado del escritor.)

      En el lado izquierdo del jersey, a la altura del pecho, el escritor llevaba sujeta una chapa redonda con el vocablo NO. ¿Qué significaba ese adverbio de negación? En medio de un debate nacional, Sánchez Dragó se había posicionado, y así lo divulgaba, ante el referéndum sobre la permanencia (sí, no o en blanco) de España en la OTAN, el cual se celebraría el miércoles 12 de marzo de 1986.

      Algunos transeúntes del centro comercial pasaban por delante, volvían la cabeza y reconocían estupefactos al escritor, pues este era un rostro familiar de los programas culturales de Televisión Española. Al cuarto de hora se presentaron dos guapas sevillanas treintañeras, de punta en blanco, las cuales se colocaron juntas, a cierta distancia, enfrente del escritor al objeto de recrearse, un poco excitadas; un niño de seis o siete años las acompañaba. El escritor, sin perder la compostura, las observaba con aplomo. Pasó un ángel. Sánchez Dragó se fijó en el niño y, para desactivar el incómodo silencio, irguiéndose sobre la silla, le interpeló: "¿Has leído Los viajes de Gulliver? ¿Sabes dónde está Brobdingnag?". El niño, situado en medio del pasillo, perplejo, enmudeció. Una de las sevillanas llevaba el largo pelo negro recogido en una cola de caballo, vestía una nevada blusa de gasa de manga larga y una corta falda marrón con volantes de antelina elástica que le permitía exhibir unas esbeltas piernas y unos pies calzados en unos zapatos negros de tacón alto. En la mano derecha asía una caja de tarta hexagonal (seguramente proveniente de la pastelería del supermercado del sótano primero del centro comercial). Sánchez Dragó se percató de ello y, dirigiéndose a la beldad, le dijo: "Te cambio la tarta por un libro mío". Las chicas, sonriendo, rechazaron la oferta: "¡Noo!"


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